Columna

Foto fija

En el centro cultural Koldo Mitxelena se puede ver estos días una interesante exposición titulada Después de la revolución. Artistas contemporáneos de Irán. Destaco para introducir la reflexión de hoy la obra de la fotógrafa Shadi Ghadirian. En la serie Como cada día, unas figuras completamente tapadas representan lo que nos hemos acostumbrado a aceptar como retratos de mujer: tela cubriendo una supuesta cabeza, ensanchándose al llegar a unos supuestos hombros, cayendo luego como un hábito. Suponemos, aunque no vemos nada, que debajo de esa especie de burka hay una mujer; ...

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En el centro cultural Koldo Mitxelena se puede ver estos días una interesante exposición titulada Después de la revolución. Artistas contemporáneos de Irán. Destaco para introducir la reflexión de hoy la obra de la fotógrafa Shadi Ghadirian. En la serie Como cada día, unas figuras completamente tapadas representan lo que nos hemos acostumbrado a aceptar como retratos de mujer: tela cubriendo una supuesta cabeza, ensanchándose al llegar a unos supuestos hombros, cayendo luego como un hábito. Suponemos, aunque no vemos nada, que debajo de esa especie de burka hay una mujer; asumimos que hay una mujer. Esas figuras de Ghadirian no tienen cara; en el centro del pañuelo-velo hay utensilios: un cazo o una escoba o una plancha. La función doméstica sustituye a la identidad; el rostro revelado es el de la condición femenina.

En la segunda serie, titulada Qajar, se combinan fotografías de seres enteramente velados -asumimos de nuevo su género- con mujeres de rostro descubierto: rostros apretadamente redondeados por la tela ceñida. Aquí los vestidos cambian de foto en foto, pero todos tienen en común el no dejar al descubierto más que la cara y las manos. Estas mujeres están acompañadas de otro tipo de objetos: ya no hay sartenes ni platos, sino un teléfono, una moto, una lata de refresco, un periódico, un caballete con un cuadro en proceso o una radio. Vemos, pues, signos de progreso material e intelectual; destellos de libertad de movimiento, gusto o consumo. Todas las fotografías son diferentes y, sin embargo, todas tienen en común el patrón indumentario: la tela cubriendo todo el cuerpo o permitiendo sólo el asomar de un rostro cercado. Como si Shadi Ghadirian quisiera decirnos que todo cambia sin que lo esencial cambie en la condición femenina. Que estas mujeres han pasado de la escoba a la moto, pero han seguido del velo al velo, y seguirán igual aunque del teléfono pasen al móvil, del periódico al reproductor MP3, del lienzo a la cámara de vídeo digital. Como si nos dijera que en esta exposición sólo hay que destacar una fotografía: la foto fija de lo que no cambia, el texto fijo que dice que, vayan como vayan las cosas en el mundo, en cualquiera de los mundos, a las mujeres siempre les va peor. Se mire por donde se mire, siempre peor. La pobreza y la precariedad siempre tienen un segundo nivel por debajo, un subsuelo femenino, y la violencia cuenta con un epígrafe propio y rampante, y la discriminación es una denominación de origen genérico.

Sabemos lo que hay. Nos sobran datos de todos los mundos incluido el nuestro (el último informe de la OCDE no tiene desperdicio). Periódicamente se nos facilitan la lista de las asesinadas a domicilio, los porcentajes de las denuncias por violencia de género, las estadísticas de las discriminaciones sociales y laborales. A diario vemos mujeres en el papel de reclamo o adorno. Las pantallas siguen llenas de hombres vestidos y mujeres mostrando encantos (incluso en programas tan inocentes como Grand Prix, con presentador de pantalón y camisa y señoritas en short y tripa al aire). Muchos deportes siguen anclados en esquemas sexistas y sexys-tas, donde las chicas son regalo para la vista, complemento de diversión. Se habla mucho últimamente de la Fórmula 1, pero nada se cuenta de las pit babes, las chicas atracción de los circuitos (un paseo por las páginas web dedicadas a este deporte resulta sobradamente ilustrativo). Después de la polémica del año pasado, los organizadores del Master de Tenis de Madrid nos anuncian, sí, un cambio: las modelos recogepelotas llevarán en esta ocasión las faldas más cortas.

Conocemos la foto fija. La cuestión es cómo moverla de una vez por y para todas. La cuestión es quién está dispuesto a arrimar ese hombro, porque fórmulas hay, habría. Imagino, o tal vez sueño, que ídolos como Rafael Nadal o Fernando Alonso se plantaran, cuestionaran la utilización de modelos recogepelotas o de chicas para el show F1, dijeran un buen día, mañana mismo: "Yo no juego o no corro en estas condiciones". Veo, o tal vez sueño, su influencia radical, el vertiginoso movimiento de la foto.

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