Cartas al director

Doble rasero

Vaya por delante mi rechazo a la obtusa postura de las autoridades turcas ante cualquier asomo de debate público sobre la cuestión armenia, que la pasada primavera ocasionó la cancelación de unas conferencias académicas sobre este asunto; y ahora, la denuncia contra el escritor Orhan Pamuk. Pero tampoco es como para rasgarse las vestiduras. En primer lugar, porque las declaraciones de Pamuk son ya del pasado 6 de febrero, y mientras la fiscalía de Sisli es la que ha persistido en la denuncia, la de Estambul la ha retirado al no considerar las declaraciones constitutivas de delito; por lo cual,...

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Vaya por delante mi rechazo a la obtusa postura de las autoridades turcas ante cualquier asomo de debate público sobre la cuestión armenia, que la pasada primavera ocasionó la cancelación de unas conferencias académicas sobre este asunto; y ahora, la denuncia contra el escritor Orhan Pamuk. Pero tampoco es como para rasgarse las vestiduras. En primer lugar, porque las declaraciones de Pamuk son ya del pasado 6 de febrero, y mientras la fiscalía de Sisli es la que ha persistido en la denuncia, la de Estambul la ha retirado al no considerar las declaraciones constitutivas de delito; por lo cual, el asunto parece tener componentes de show mediático a la vista del próximo 3 de octubre.

En cualquier caso, algunas reacciones de las autoridades turcas no son producto del kemalismo, sino reflejo de aquellos años, no tan lejanos, en que desde altas instancias occidentales se les daban instrucciones concretas para que hicieran el trabajo sucio contra izquierdistas e islamistas.

Eso fue precisamente lo que liquidó al kemalismo histórico y lo sustituyó por un militarismo que la OTAN se encargó de controlar y utilizar. Pero es que además, en el corazón de la muy democrática UE perviven distorsiones legalistas mucho más preocupantes que el asunto de Pamuk. Hace muy poco tiempo, el Tribunal Constitucional alemán denegó a España la entrega del presunto terrorista Darkazanli, y lo dejó en libertad, saltándose la aplicación de una euroorden, basándose en el hecho de que el acusado posee la nacionalidad alemana. Este mismo verano, Serbia accedió a la extradición del presunto terrorista Boucher a las autoridades españolas.

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¿Quién hubiera imaginado una situación así hace pocos años? ¿Qué hubiera pasado si Ankara o Belgrado se hubieran negado a extraditar acusados de terrorismo basándose en los recovecos nacionalistas de sus respectivas legislaciones?

Puede que Turquía no acceda nunca a la UE, aunque a lo peor es porque sus mismos fundadores, o la derecha europea, aliada con cierto nacional-progresismo de nuevo cuño, terminan por reventarla desde dentro, distorsionando las leyes que sus mismos gobiernos aprobaron y escondiendo los restos del estropicio bajo la pesada alfombra del doble rasero, de chillones colores populistas.

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