Columna

África

Habrá que ponerle nombre. No es dictadura, pero tampoco es democracia un sistema en el que la conciencia social de los pobres ha sido anegada como la ciudad de Nueva Orleans. No queda nada. No es democracia. Es otra cosa. Es un sistema en el que los pobres han perdido su capacidad de reacción y parecen resignados al rincón al que se les ha mandado: adoran la comida basura, la vida sedentaria y solitaria, aceptan engullir una comida infantil hasta que mueren, se someten a los sueños televisivos y acaban los días arrastrando sus cuerpos en una vejez artrósica y obesa. Se saben desposeídos. Pero ...

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Habrá que ponerle nombre. No es dictadura, pero tampoco es democracia un sistema en el que la conciencia social de los pobres ha sido anegada como la ciudad de Nueva Orleans. No queda nada. No es democracia. Es otra cosa. Es un sistema en el que los pobres han perdido su capacidad de reacción y parecen resignados al rincón al que se les ha mandado: adoran la comida basura, la vida sedentaria y solitaria, aceptan engullir una comida infantil hasta que mueren, se someten a los sueños televisivos y acaban los días arrastrando sus cuerpos en una vejez artrósica y obesa. Se saben desposeídos. Pero todos los niños americanos crecen con la idea de que el que no tiene nada es porque no ha sabido hacerlo. Esa mentirosa cantinela de que el triunfo sólo depende del empuje personal. En muchos casos, los desposeídos votan a un presidente republicano. Tal vez porque ese presidente, según los expertos, ofrece un perfil más popular, habla como la buena gente del pueblo y echa mano cada dos por tres de la retórica del pueblo valiente, que se crece ante las dificultades. Esos pobres votan a aquellos que rebajan los impuestos a los ricos, hacen oídos sordos a las obras públicas y favorecen la codicia diabólica de las grandes empresas que destrozan a diario el precario equilibrio del ecosistema. Me llegan ecos de comentaristas conservadores en España a los que les parece demagógico relacionar los gastos bélicos con la decrepitud de los servicios públicos. Qué razón hay para no relacionarlo. Al menos sí lo hace ese sector americano que asiste espantado al desmantelamiento de cualquier medida que huela a protección estatal. Mientras, el presidente, que suele llegar cinco días tarde al lugar de las catástrofes, pide solidaridad a una Europa atónita, que aun sintiendo de corazón piedad por esa pobre gente, se pregunta cómo el país en el que sientan su culo los más ricos del mundo no tiene capacidad para montar un hospital de urgencia, trasladar a los heridos a lugares seguros e informar a los familiares de dónde están esos heridos. Lo que vemos en televisión, aun tras el paisaje maquillado y mentiroso de la Fox, es África. Es el fantasma de África que ha perseguido a los negros hasta alcanzarles, no el África de la que vinieron hace siglos como esclavos, sino el África de hoy, el África violenta y devastada.

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