MOTOCICLISMO | Gran Premio de la República Checa

Apariencias

Pero... si tan bueno es, ¿cómo se explica que vaya sexto? ¿Por qué no los adelanta? ¿Acaso no es campeón del mundo? A veces, las cosas no son lo que parecen. Una carrera de motos, de coches, de caballos o de lo que sea supone bastante más que saltar a la pista y lanzarse correr a ver quién llega antes. Las apariencias engañan (pues sí). Hay numerosos factores en juego, muchos de los cuales escapan de la atención del neófito, que, pendiente de los árboles, no llega a captar la complejidad del bosque. No sólo los puramente técnicos -potencia del motor, preparación física, condiciones del terreno...

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Pero... si tan bueno es, ¿cómo se explica que vaya sexto? ¿Por qué no los adelanta? ¿Acaso no es campeón del mundo? A veces, las cosas no son lo que parecen. Una carrera de motos, de coches, de caballos o de lo que sea supone bastante más que saltar a la pista y lanzarse correr a ver quién llega antes. Las apariencias engañan (pues sí). Hay numerosos factores en juego, muchos de los cuales escapan de la atención del neófito, que, pendiente de los árboles, no llega a captar la complejidad del bosque. No sólo los puramente técnicos -potencia del motor, preparación física, condiciones del terreno-, sino en especial todo lo que tiene que ver con la estrategia, concepto de raíz militar que encuentra su aplicación directa en el ámbito de la competición.

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Sin necesidad de adentrarnos en lucubraciones profundas -doctores tiene la Iglesia y finos analistas la fe deportiva- baste apuntar que el desarrollo de una carrera de motos implica un tempo, un ritmo que seguir, con picos y altibajos, marcado por los principales actores de la misma y en el que el margen de error es mínimo. Cualquier fallo, como una maniobra mal ejecutada -frenar a destiempo, saltarse un cambio, derrapar más de la cuenta- implica una pérdida, mayor o menor, fatal o recuperable, que se anota en la columna del debe del balance de cada piloto. Hay corredores que invierten la mayor parte de sus recursos en destacarse del resto lo más pronto posible, ya desde la salida, tratando de poner tierra de por medio con los demás participantes. Esta es una estrategia que puede funcionar... o no.

Al pluricampeón australiano Michael Doohan, por ejemplo, casi siempre le fue bien, pero él disponía de una máquina claramente superior a las del resto de la parrilla, hecha casi a su medida, y tras la retirada de sus compañeros de generación Lawson, Rainey y Schwantz nadie fue capaz de igualar su (estratosférico) nivel de pilotaje. El joven Dani Pedrosa, actual dominador de la clase 250, sigue una estrategia distinta. Puede salir desde la pole position (el mejor puesto de la parrilla) y dejar que sus rivales le adelanten en los primeros compases de la prueba. Esto le sirve para varias cosas: dejar que se peleen entre sí por la cabeza de la carrera, lo cual ya supone un desgaste importante, observar desde atrás los movimientos de cada piloto -dónde frena, cómo traza, qué errores comete- y preservar sus fuerzas para más adelante.

En base a esta estrategia decide cuando es el momento de lanzar el ataque y situarse en una posición que le permita encarar el último tramo de cada Gran Premio en las condiciones óptimas para ganar. Unos neumáticos menos degradados que los del piloto que marcha líder pueden convertirse en la garantía necesaria para rebasarlo y meterle medio segundo, diferencia irrisoria en la vuelta 3 pero insalvable en la 18. Por esto, si vemos a un piloto puntero rodando sexto, o cuarto, u octavo durante unos cuantos giros no debemos extrañarnos ni pensar que lo hace mal ni que no vale lo que dicen. A veces, las apariencias engañan. No basta con mirar, hay que saber interpretar lo que vemos.

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