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Expulsar al Homo sapiens del paraíso -esa jungla nudista que ocupa el centro geométrico de la creación- es mucho más difícil de lo que suelen creer los arcángeles. Copérnico hizo un buen intento con su modelo heliocéntrico, pero sólo para ver cómo el paraíso recién fallecido se reencarnaba en un sistema solar que abarcaba el universo entero. Cuando se pudieron calcular las distancias a las estrellas quedó claro que la creación era miles de veces mayor que nuestro sistema solar, pero el paraíso adoptó entonces la forma de una Vía Láctea única e irrepetible, la galaxia que llenaba todo el...

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Expulsar al Homo sapiens del paraíso -esa jungla nudista que ocupa el centro geométrico de la creación- es mucho más difícil de lo que suelen creer los arcángeles. Copérnico hizo un buen intento con su modelo heliocéntrico, pero sólo para ver cómo el paraíso recién fallecido se reencarnaba en un sistema solar que abarcaba el universo entero. Cuando se pudieron calcular las distancias a las estrellas quedó claro que la creación era miles de veces mayor que nuestro sistema solar, pero el paraíso adoptó entonces la forma de una Vía Láctea única e irrepetible, la galaxia que llenaba todo el cosmos. En las primeras décadas del siglo XX, los astrónomos descubrieron con perplejidad que ciertos objetos celestes, las nebulosas, eran en realidad galaxias enteras y verdaderas, pero todo el mundo supuso entonces que la Vía Láctea era la mayor entre ellas. Ahora que sabemos que no es así, y que vivimos en un arrabal perfectamente vulgar de un cosmos tan enorme que ni la imaginación puede abarcarlo, ¿qué cosa puede cumplir el papel de Jardín del Edén? No otra que el propio cosmos. Si ni la Tierra ni el Sol ni la Vía Láctea ni nuestro grupo local de galaxias ni nuestro supercúmulo de grupos locales de galaxias tienen nada de especial, debe ser que lo especial es el universo entero. El paraíso está salvado.

Los físicos llevan décadas perplejos por la inverosímil precisión de las constantes de nuestro cosmos

Los físicos llevan décadas perplejos por la inverosímil precisión con que parecen ajustadas las constantes fundamentales de nuestro cosmos. Bastaría aumentar en un 1% la masa del protón para que fuera imposible construir un solo átomo. Sin átomos no habría estrellas ni planetas. Ni seres vivos, claro. Lo mismo ocurre con el resto de las constantes físicas. Tal vez, después de todo, sea cierto que vivimos en el paraíso: un universo meticulosamente diseñado para permitir nuestra existencia. Los físicos suelen llamar a esta idea el "principio antrópico", un nombre cabalístico donde los haya. Alabada sea la masa del protón.

¿Debemos concluir que la física ha demostrado la existencia de Dios? No tan deprisa. Los biólogos conocen la puerta de salida desde hace un siglo y medio. Nada en el mundo parece más diseñado que un ser vivo. El ojo de un águila y el cerebro de una persona son prodigiosas obras de ingeniería, qué duda cabe, y hasta 1859 se consideraron una prueba irrefutable de la existencia de un Ingeniero. Pero en ese año, Darwin aguó la fiesta teológica. Si todos los seres vivos proceden de una sola forma simple y primordial -de una bacteria, diríamos hoy-, y si el entorno selecciona en cada generación las variantes más ventajosas, el cerebro humano puede diseñarse sin más Ingeniero que el paso del tiempo. Consciente de que la selección natural darwiniana es una teoría capaz de generar diseños sin necesidad de un diseñador, el físico teórico Lee Smolin, del Perimeter Institute de Waterloo (Canadá), ha tomado prestada la idea para fumigar la última versión del paraíso, la encarnada en el desconcertante principio antrópico. Muchas estrellas acaban sus días colapsándose para formar un agujero negro, y de cada agujero negro -propone Smolin- puede surgir un nuevo universo con unas leyes físicas similares, aunque no idénticas, a las del universo anterior. Si esas leyes son incompatibles con la formación de estrellas, el nuevo universo se habrá quedado sin gónadas: no hay estrellas, no hay agujeros negros, no hay nuevos universos hijos. Los universos que mejor se reproducen son, por definición, los que tienen las leyes físicas más adecuadas para la formación de estrellas, y por tanto de seres vivos. Nuevamente, no hay más Ingeniero que el paso del tiempo.

Si la historia de la ciencia se repite, nuestro universo tan exquisito y especial acabará revelándose como una perfecta y arrabalera vulgaridad. ¿Tienen por ahí el teléfono del arcángel?

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