Crítica:DANZA | 'Sonlar' | CULTURA Y ESPECTÁCULOS

Ritmos cubanos en el solar

Ciudadela, patio de vecinos, picaresca de corrala: eso es el solar cubano, una instalación urbana recurrente que lejos de desaparecer, en la Cuba de hoy se expande dentro de la dramática supervivencia que vive la isla: allí se la llama "cuartería" y es sinónimo de hacinamiento, marginalidad. Sonlar es el dinámico y efervescente espectáculo de baile cubano que se presenta en el Teatro de Madrid hasta el 4 de septiembre y que recrea los esquemas hoy ya clásicos de esa especie de tribuna o fresco de lo cotidiano, metáfora de muchas cosas.

Ya el solar cubano sirvió en la literatura c...

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Ciudadela, patio de vecinos, picaresca de corrala: eso es el solar cubano, una instalación urbana recurrente que lejos de desaparecer, en la Cuba de hoy se expande dentro de la dramática supervivencia que vive la isla: allí se la llama "cuartería" y es sinónimo de hacinamiento, marginalidad. Sonlar es el dinámico y efervescente espectáculo de baile cubano que se presenta en el Teatro de Madrid hasta el 4 de septiembre y que recrea los esquemas hoy ya clásicos de esa especie de tribuna o fresco de lo cotidiano, metáfora de muchas cosas.

Ya el solar cubano sirvió en la literatura como escenario tragicómico o costumbrista: de Montenegro a Novás Calvo, Severo Sarduy en De donde son los cantantes. En el teatro, dos clásicos: Réquiem por Yarini (C. Felipe, 1960) y Santa Camila de La Habana Vieja (Brene, 1961). Poco después, surge El solar (1964), ballet de Alberto Alonso, y de ahí Mi solar (1965), comedia musical con Sonia Calero Sansano. El mismo año, Eduardo Manet filma Un día en el solar (inolvidables Alicia Bustamante y Roberto Rodríguez). Así nació un subgénero del nuevo ballet cubano que luego se despreció y ahora renace con Sonlar, concebido por René de Cárdenas (que fuera solista del Ballet Nacional de Cuba), pisando sobre aquellas huellas recrea con eficiencia esa tradición, la trae y globaliza con algún ritmo brasileño y algo de hip-hop.

Aún faltando estructura, dramaturgia e hilo conductor, su trabajo es serio y de calidad: sabe lo que hay que hacer con las cinturas y los pies, de la guaracha al guaguancó o de la conga de arrastre a la santiaguera. En Sonlar se palpan además conductas de aquella idiosincrasia, del machismo al lenguaje marginal (la "guapería" y sus códigos), del estraperlo (la bolsa negra) a la santería (que se teme, se canta y se practica), del regusto por el bailoteo. La producción es modestísima en cuanto a escenografía y vestuario, pero eso se suple con la energía, el buen baile y la capacidad rítmica de todos los intérpretes, en los que se ve sólida formación balletística y control de lo bufo.

La percusión criolla, en sus múltiples mezclas con lo afrocubano, es la base de Sonlar y prueba que se puede hacer música con una ficha de dominó o con el palo de una escoba, todo depende del que toca. Hay números de obligada cita, como los pregones (que deviene en un gracioso pregón-rap) o el baile de chancleta; los ciegos de pega o esa mezcla constante de melodrama y jocosidad, de deseos de vivir en la desesperanza que ilustra aquello de que "hay que soñar y cantar, vivir y bailar mientras se pueda, que lo demás es un cuento".

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