Columna

Tumbas de soldados

Se supone que los muertos no sienten, aunque sea un muerto traído y llevado por cuestiones políticas que van más allá de sus restos. Algunos, después de observar atentamente algún despojo, han exclamado: "¡Eureka! ¡Lo encontré!", y se preguntan qué hay dentro de los ataúdes. Les vino a la cabeza que la contemplación de la muerte lo es todo; además de un perfecto pretexto, la muerte es un argumento, una tajada.

La soldadesca ya sabe que, en el caso de que alguno caiga en acto de servicio, los restos mortales del individuo en cuestión -muerto por la patria- pueden ser revueltos por los po...

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Se supone que los muertos no sienten, aunque sea un muerto traído y llevado por cuestiones políticas que van más allá de sus restos. Algunos, después de observar atentamente algún despojo, han exclamado: "¡Eureka! ¡Lo encontré!", y se preguntan qué hay dentro de los ataúdes. Les vino a la cabeza que la contemplación de la muerte lo es todo; además de un perfecto pretexto, la muerte es un argumento, una tajada.

La soldadesca ya sabe que, en el caso de que alguno caiga en acto de servicio, los restos mortales del individuo en cuestión -muerto por la patria- pueden ser revueltos por los políticos en busca de esa corrupción que no es natural. Es posible que hayan asumido ese riesgo con orgullo, o tal vez con resignación, aunque lo más seguro es que no piensen demasiado en eso. Quizás deberían preguntarse antes qué cojones hacen en un desierto a miles de kilómetros de sus casas, pero esa tarea, como buenos militares, se la dejan a los políticos. De hecho, cuando mueren, se supone que los políticos trabajan para que no sean olvidados.

Habría que preguntarles a los padres y a las madres qué piensan de ello. En este caso no se habla de estadísticas, sino de un pequeño destacamento de soldados que parece estar muy vivo después de muerto. Al fin y al cabo, su caso es debatido en el ruedo político como una cuestión de primer orden, en un recurrente y horrendo debate sobre sus restos mortales, manipulado de tal forma que el jugoso tema de la recuperación de los cadáveres se instrumentaliza para poner fuera de combate al enemigo en un nuevo campo de batalla. Los políticos discuten acerca de si todos los cuerpos fueron enterrados, y el recuento se convierte en una prioridad, algo verdaderamente importante. Pero la búsqueda de los restos es, en el fondo, un anhelo político, y decididamente, nada paternofilial.

En realidad, éste es un problema de lógica irracional: parece que lo que importa es enterrar a los muertos, cuando no está del todo claro por qué ideal murieron. Extraer la médula política a los muertos ha sido práctica habitual mucho antes de que un helicóptero se estrellara en Afganistán. Algunos muertos bailan una danza macabra en los límites de la política, se abren las fosas para registrar al cadáver en pos de beneficios partidistas, y ello siempre es un logro del partido de la oposición, que se pregunta, retóricamente: "¿Qué hay en los ataúdes?" Eso quisiéramos saber todos, señores, qué hay en los ataúdes, qué tipo de interés, a medio o largo plazo, que corrupción que no sea la intención política, puede haber en los ataúdes de los soldados muertos.

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