Columna

Tóxico agosto

Agosto no es lo que era. Acaba julio y lo que nos depara el calendario es un mes más; un mes vulgar, caluroso y corriente, nada augusto y en absoluto lento. La lentitud famosa de este mes estival ha desaparecido igual que un espejismo. Uno recuerda o cree que recuerda (porque ya uno no puede estar seguro ni de sus propios recuerdos inventados) aquellos largos, lentos y pesados agostos en la ciudad desierta, detenida en su propia somnolencia.

Tengo buenos recuerdos de mi ciudad del norte en el centro de la canícula. Mis viejos veraneos en Bilbao fueron felices, cargados de aburrimiento y...

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Agosto no es lo que era. Acaba julio y lo que nos depara el calendario es un mes más; un mes vulgar, caluroso y corriente, nada augusto y en absoluto lento. La lentitud famosa de este mes estival ha desaparecido igual que un espejismo. Uno recuerda o cree que recuerda (porque ya uno no puede estar seguro ni de sus propios recuerdos inventados) aquellos largos, lentos y pesados agostos en la ciudad desierta, detenida en su propia somnolencia.

Tengo buenos recuerdos de mi ciudad del norte en el centro de la canícula. Mis viejos veraneos en Bilbao fueron felices, cargados de aburrimiento y de descubrimientos a partes iguales. Sobre el asfalto derretido por el sol pudimos descubrir la lentitud y el tedio, pero también distintas versiones de la dicha. Ahora no descubrimos nada (sólo arrugas ocultas o silicona arquitectónica) detrás del maquillaje de nuestra ciudad. La era de los descubrimientos prescribió. Cuando el grupo municipal del PP nos descubre este agosto que los cementerios de Bilbao están hechos pedazos o se caen a pedazos, que tanto da, el baranda de guardia les recuerda que la culpa la tienen los muertos. La culpa, ya se sabe, la tiene siempre el muerto.

El muerto de Roquetas, que también se ha propuesto debelar la leyenda de agosto, tuvo él solo la culpa de encontrarse con un guardiacivil de mano larga, porra extensible y alma neanderthal. ¿A qué demonios fue a pedir ayuda a la boca del lobo con colmillos eléctricos Juan Martínez Galdeano? ¿Quién le mandó meterse en la casa encendida del dolor? El caso -que desdichadamente se ha convertido ya en el caso Roquetas- es un capítulo de la España negra que no tiene que ver (pero tiene que ver) con el caso Almería. Es cosa triste. Hay quien piensa que todos los esfuerzos para civilizar a la Guardia Civil son prescindibles porque son inútiles. Otros piensan, en cambio, que de lo que se trata es de extinguir la chulería y el flamenquismo (esa especie de tunning del comportamiento) de nuestra piel de toro chamuscado. Pero la España negra en este caso, en el caso Roquetas, la reedita un teniente de la Guardia Civil que no había nacido cuando Franco murió. Muchos de los maltratadores de mujeres que salpican de sangre y gasolina la crónica de sucesos son también gente joven, criada y educada en democracia y no en aquellos años asfixiantes y lentos del franquismo.

En el rigor del verano, en los años postreros del antiguo régimen, ciudades industriales como la mía podían ser magníficas. Por lo pronto, lograban conquistar la perspectiva (su propia perspectiva) al quedarse vacías. Pasear sin rumbo (flanear, como dicen los cursis) resultaba un placer bajo la luminosidad viscosa de las últimas horas de la tarde. La ciudad era entonces como un gran mecanismo, un motor colosal en punto muerto. En septiembre arrancaba lentamente la máquina. Pero ahora los motores no se paran, ni se cierran los ojos de ese monstruoso centro comercial eternamente abierto en el que lleva camino de convertirse este viejo país inflamable.

En aquellos agostos parecía que el grano estaba a buen recaudo en el granero y el pescado vendido hasta septiembre. Soles fuertes y lunas pegajosas. Y todos a cubierto bajo el toldo caldera de Bilbao-Goyoaga. Un decreto prohibía los sucesos. No había incendio ni descarrilamiento que obligase a romper la rutina somnolienta de agosto. Es lo que sucedía, lo que no sucedía en aquel tiempo que uno recuerda ahora, cuando nuestra ciudad no es distinta del resto del año durante el mes de agosto. Las antiguas ventajas de este mes han desaparecido. Las aglomeraciones en el transporte público siguen siendo las mismas. Las colas parecidas. Los atascos idénticos. Nadie se va del todo. Todos se van un poco, van y vienen, pero siguen aquí, haciendo bulto, ocupando el espacio que no se desaloja. Antes, las vacaciones de los otros eran también las nuestras para los que debíamos quedarnos. Ya no. Nadie quiere ni puede tomarse vacaciones de verdad, igual que entonces. Ni los ministros ni los ciudadanos de a pie. Todos estamos un poco de guardia, un poco de retén en la ciudad tomada por el sol. Las desgracias tampoco se toman vacaciones. Agosto es un mes tóxico. Hay peligrosos pollos precocinados al acecho. Tienen nombres grotescos, no se fíen. Agosto no es lo que era. Lo único bueno es que se pasa pronto.

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