Columna

La imagen de González Pons

Yo no comparto la opinión del diputado Andrés Perelló sobre el portavoz del Consell, Esteban González Pons. Si el portavoz no informa de la gestión del Gobierno valenciano, no creo que sea por falta de voluntad, sino porque dicha gestión es inexistente en la práctica. De ocuparse el Gobierno valenciano de los problemas de los ciudadanos, quiero decir, de los problemas reales, González Pons estaría, sin duda, encantado de informar de ello a la prensa. Nada contentaría más al portavoz que anunciar unas medidas positivas contra la crisis industrial, pongo por caso. Las dificultades que el conseje...

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Yo no comparto la opinión del diputado Andrés Perelló sobre el portavoz del Consell, Esteban González Pons. Si el portavoz no informa de la gestión del Gobierno valenciano, no creo que sea por falta de voluntad, sino porque dicha gestión es inexistente en la práctica. De ocuparse el Gobierno valenciano de los problemas de los ciudadanos, quiero decir, de los problemas reales, González Pons estaría, sin duda, encantado de informar de ello a la prensa. Nada contentaría más al portavoz que anunciar unas medidas positivas contra la crisis industrial, pongo por caso. Las dificultades que el consejero padece cada semana cuando debe informar a los periodistas, tras el pleno del Consell, tienen, a mi entender, ese origen. Llegado el momento de comparecer ante los redactores, y al no disponer de ninguna noticia de relieve para ofrecerles, Pons se ve obligado a recurrir a la propaganda. Y la propaganda es una actividad -en este punto, sí que coincido con el diputado Perelló- para la que el consejero no está dotado y que, por lo tanto, desarrolla sin gracia.

A mí me sabe muy mal ver a un hombre de las cualidades de Esteban González Pons diciendo tonterías en público, semana tras semana. Me sabe muy mal porque su incorporación al gobierno de Francisco Camps despertó unas expectativas que ahora arruina con su actuación. Acabábamos de dejar la época de Eduardo Zaplana, que había convertido la política valenciana en un juego de truhanes, donde sólo importaba ganar del modo que fuera. En esa situación, muchos acogimos con esperanza la llegada de un nuevo gobierno. El solo hecho de que mejorasen las formas, y los gobernantes resultaran menos cínicos a la hora de expresarse, nos hizo creer que estábamos mejorando.

En esta impresión influyó la presencia de Esteban González en el Gobierno. La fama que le precedía de persona abierta, dialogante, fue un factor bien valorado. Incluso, en algunos círculos provocó extrañeza que dejara su puesto en Madrid para venir a Valencia y ese gesto se juzgó como un servicio personal a Camps. Gustó la disposición de González Pons para ponerse a trabajar en un proyecto que entonces comenzaba. La estampa que trasladaba el consejero influyó de manera positiva en la percepción que se tuvo del equipo formado por Francisco Camps. En aquellos momentos, González transmitía una imagen muy alejada de la rusticidad que había sido la tónica de tantos consejeros anteriores. Tal vez por ello, no desconfiamos cuando, en una de sus primeras actuaciones, se mostró como un firme censor en los asuntos culturales. Pensamos, o tal vez quisimos pensar, que era su propia inexperiencia como gobernante la que le llevaba a actuar de ese modo.

El problema es que, a medida que pasa el tiempo, esa imagen de Esteban González se diluye para ser sustituida por el papel que representa como portavoz del Gobierno. Si le juzgamos por sus recientes actuaciones, vemos a un González Pons falto de ideas, torpe, innecesariamente agresivo, y, sobre todo, carente de generosidad. Es probable que la política obligue, en ocasiones, a representar papeles poco favorecedores. Pero incluso en estos casos, no es preceptivo abdicar de la inteligencia. Al contrario, una posición inteligente puede ser, si uno actúa con habilidad, mucho más efectiva que esas descalificaciones tan tremendas con que Esteban González Pons nos sorprende cada semana. Las formas son importantes. Sobre todo, añaden verosimilitud a la representación.

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