Columna

Respeto

Si un presentador de informativos le preguntara a un crítico literario si las novelas deberían cambiar a raíz del Codigo Da Vinci -por la simple razón económica de que hay que seguir el modelo que consigue millones de lectores y hace al autor millonario, y no digamos a la editorial- no sólo los aficionados a la literatura se asustarían ante el disparate, sino que el presentador quedaría como un cateto fascinado por el éxito, las ventas, y los fenómenos extraliterarios. Si los medios de comunicación, cuando hablan de literatura, ignoraran sistemáticamente a los clásicos, ocupándose solam...

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Si un presentador de informativos le preguntara a un crítico literario si las novelas deberían cambiar a raíz del Codigo Da Vinci -por la simple razón económica de que hay que seguir el modelo que consigue millones de lectores y hace al autor millonario, y no digamos a la editorial- no sólo los aficionados a la literatura se asustarían ante el disparate, sino que el presentador quedaría como un cateto fascinado por el éxito, las ventas, y los fenómenos extraliterarios. Si los medios de comunicación, cuando hablan de literatura, ignoraran sistemáticamente a los clásicos, ocupándose solamente de ese autor que ha cosechado la fortuna más grande de su país, el panorama sería desolador. Bien, pues esta sistemática falta de respeto es la que tiene que aguantar el mundo de la literatura infantil. Los autores callan, para que no se les tache de envidiosos, pero se sienten humillados. En ese mundo, hay escritores que se ganan razonablemente la vida, hay dibujantes de gran talento que hacen álbumes ilustrados para criaturas de cinco, seis años, en ese mundo hay escritores, como Roald Dahl o Goscinny, que mantienen viva su fuerza en colecciones tan prestigiosas como la francesa Gallimard Jeunesse; en ese mundo hay antologías de cuentos tradicionales que hacen que el adulto que lee en voz alta recuerde las voces de su infancia; en ese mundo también hay clásicos, como Richmal Crompton o Mark Twain. Cierto es que ya no se trata del best seller que compran los que sólo compran best sellers, pero los padres lectores de niños lectores desean crear un vínculo entre pasado y presente. Los padres de niños lectores compran también Harry Potter, porque a los niños les gusta y porque no pueden sustraerse a la publicidad gratuita televisiva y al papanatismo que genera la fascinación que los medios sienten por el éxito. Pero los estantes de los verdaderos niños lectores, que nunca han sido muchos, están llenos de libros fantásticos, realistas, de álbumes ilustrados, de tebeos. En cada libro encontrarán una nueva manera de ver esa vida que tienen por delante. En unos sentirán la emoción del escapismo, en otros la implicación en lo real. La relación de un niño con los libros no es diferente a la del adulto. Por eso, ¿no se podría pedir un poco de respeto por la literatura infantil y no verla sólo a través del dinero que genera?

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