FUERA DE CASA

Terrazas de verano

Madrid puede pasar una temporada sin olimpiadas, incluso muchas temporadas, pero lo que no soportaría el verano madrileño es la vida sin terrazas. Recorriendo la ciudad de terraza en terraza, uno se va preparando para el puesto que debe tener reservado en el infierno. Con cuarenta grados y subiendo, la vida diurna en las terrazas es un ejercicio de resistencia al fuego, una voluntaria tortura con cañas de cerveza y una prueba de que nuestra afamada cocina mediterránea puede compararse con lo más reputado de la comida basura. ¡Pobres guiris! ¿Será posible que algunos crean que la paella ...

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Madrid puede pasar una temporada sin olimpiadas, incluso muchas temporadas, pero lo que no soportaría el verano madrileño es la vida sin terrazas. Recorriendo la ciudad de terraza en terraza, uno se va preparando para el puesto que debe tener reservado en el infierno. Con cuarenta grados y subiendo, la vida diurna en las terrazas es un ejercicio de resistencia al fuego, una voluntaria tortura con cañas de cerveza y una prueba de que nuestra afamada cocina mediterránea puede compararse con lo más reputado de la comida basura. ¡Pobres guiris! ¿Será posible que algunos crean que la paella es eso que comen en la plaza Mayor, por ejemplo? Bueno, teniendo en cuenta que allí se hicieron algunos de los más barrocos autos de fe, vamos mejorando, al menos ya no quemamos a los herejes en las plazas. ¿Para cuándo una policía de control de nuestros más famosos productos culinarios?

Dime en qué terraza te sientas y te diré quién eres. No todo está perdido. En el café Gijón -que nunca ha sido Zalacaín, la verdad-, al menos se puede uno aliviar con esa lluvia artificial que rodea la terraza. Y si el calor aprieta, siempre nos quedará el interior, esa cueva de madera en la que se siguen reuniendo el club de los poetas que se resisten a morir de verano madrileño y sin tormentas. Además allí ofician Pepe Bárcena -que lleva décadas escribiendo las memorias de ese café felizmente resistente- y Onofre Vila, dos ejemplos de camareros de la vieja escuela. También se puede hacer una parada sin fonda con Alfonso, el cigarrero descreído, el banquero anarquista del café, toda una institución.

En el café había quedado con Victoria Combalía, la historiadora y crítica de arte barcelonesa, uno de los más modernos fichajes de Esperanza Aguirre. Es muy común que en el Madrid cultural trabajen los catalanes. Lo contrario que en la abierta ciudad de Barcelona, una ciudad que funciona sin madrileños, sin manchegos y sin otros ciudadanos del Ebro para abajo. Me refiero a los cargos, no a la tropa, claro. ¿Será eso mejor para el arte, para la cultura? Tengo mis dudas. Anoto: consultar mis dudas con Félix de Azúa, Arcadi Espada y los otros espadas del grupo no nacionalista barcelonés. Aquí, sin embargo, das una patada y, felizmente, aparece un catalán en un teatro de la comunidad. Y además lo hace bien, como Mario Gas en el Español. Y si sigues dando patadas, pues lo mismo en la llamada vida cultural madrileña. No sólo de catalanes nos dejamos dirigir los madrileños. Valencianos, andaluces, gallegos, vascos o extremeños son normales en nuestras instituciones culturales. Me alegro. Ahora es difícil imaginar mejor director para el Museo del Prado que el vasco Zugaza. O mejor director para el Teatro Real que el gallego Miguel Muñiz, que con su firme pero suave talante está provocando una revolución tranquila en ese lugar donde todas las élites tenían su asiento.

El Teatro Real acaba de estrenar terraza, pero francamente mejorable, confiemos en sus directivos. Como esperamos del Reina Sofía que consiga hacer una terraza a la altura de la modernidad que se le supone. También esperamos más cosas de la muy acosada Ana López Aguilar. El mejor ejemplo de terraza con buen nivel culinario en un espacio cultural lo sigue dando el museo Thyssen-Bornemisza. Y el mejor horario de museo. Un modelo de facilidades para no perderse la exposición de Corot, una de las mejores sorpresas de la temporada.

Otra gran sorpresa nos produce el montaje de La flauta mágica en el Real, un montaje lleno de catalanes, desde el coro hasta el caño. La obra mayor de Mozart, ese genio masónico, es posible que haya tenido mejores intérpretes, pero no mayor atrevimiento y logros visuales. La suma de Jaume Plensa y la Fura del Baus es una apabullante propuesta, llena de aciertos y de riesgos. Entre los más destacados riesgos sobresalen esos poemas, o lo que sean, de Rafael Argullol, dichos por Lola Dueñas, contra los que nada tengo, al contrario, interés por uno, admiración por la otra. ¿Pero qué les ha hecho Mozart? No será nada personal, creo. Poéticas voces en off al margen, es un espectáculo soberbio. Visualmente sorprendente y con la marca tan reconocible, provocadora e interesante a la que nos tienen acostumbrados las gentes de la Fura. El día de mi representación, felizmente, no sonaron despertadores ni otras alarmas como en el día del estreno. Eso para contradecir a los que culpan al color amarillo que visten los protagonistas de torpes intentos de boicot o lo que fuera esa torpe gracia que sufrieron los artistas y el público el día del estreno. Una ópera como La flauta mágica merecía una terraza a su altura. Había tres opciones. Una, la terraza del Ritz, tan cara como la ópera, desechada. Otra, la terraza de Las Vistillas, buenas vistas y demasiado retroceso culinario, descartada. ¿Qué hacer? Ya está, la terraza de Currito en la Casa de Campo. Salvados. Una vez más el Madrid cultural se ve salvado por las periferias, nacionalidades o cómo diga Alfonso Guerra y la Constitución que debemos llamar a esos salvadores de nuestra realidad cultural. Nos retiramos contentos porque, una vez más, la fama de Madrid, la vida en sus terrazas, se ve salvada por esos madrileños que, como los de Bilbao, han nacido donde les ha dado la gana. Mihura dice que nació madrileño porque le pillaba muy cerca Chicote. Nosotros porque, además de algunas terrazas como Currito, ninguna ciudad está tan cerca de El Cock o Del Diego, dos bares para poder seguir esperando que las terrazas mejoren sus servicio. Todo sea por la cultura.

Terraza madrileña.CRISTÓBAL MANUEL

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