OPINIÓN DEL LECTOR

¿Para cuándo el tren?

El otro día, por una de esas circunstancias de la vida, tuve que coger un autobús para desplazarme desde Benissa a Gandia, poblaciones costeras de la Comunidad Valenciana distantes unos 50 kilómetros.

Llegué a Benissa a las ocho de la mañana. En el bar que hace las funciones de estación de autobuses había un cartel pegado a una máquina expendedora. Allí se me informaba del horario "aproximado" de los autobuses y de algo mucho más inquietante: la compañía se reservaba el derecho a cambiar estos horarios sin previo aviso. Crucé los dedos para que esto no ocurriera.

Con 20 minutos d...

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El otro día, por una de esas circunstancias de la vida, tuve que coger un autobús para desplazarme desde Benissa a Gandia, poblaciones costeras de la Comunidad Valenciana distantes unos 50 kilómetros.

Llegué a Benissa a las ocho de la mañana. En el bar que hace las funciones de estación de autobuses había un cartel pegado a una máquina expendedora. Allí se me informaba del horario "aproximado" de los autobuses y de algo mucho más inquietante: la compañía se reservaba el derecho a cambiar estos horarios sin previo aviso. Crucé los dedos para que esto no ocurriera.

Con 20 minutos de retraso llegó el autobús, llovía, salí corriendo del bar y el aire acondicionado al subir al vehículo me heló hasta los huesos. De esta manera empecé un periplo por una de las comarcas con mayor afluencia turística de España y que iba a durar tres horas. En Xàbia el conductor nos informó de que el autobús permanecería parado 20 minutos, podíamos bajar si queríamos. Miré a mi alrededor, estábamos en la carretera, no había ningún bar a la vista, nada. Permanecí pues en mi asiento. Detrás de mí un hombre insultaba con saña a su mujer, ridiculizándola. Ella, con una voz triste y conformada, le pedía que hablase más bajo y cambió hábilmente de tema.

El autobús emprendió la marcha. Nos íbamos desviando de la carretera general para entrar en todos los pueblos posibles, Pedreguer, Dénia, Ondara.

Al llegar a Oliva el conductor del autobús debía desconocer que esa mañana había mercadillo y sin pensárselo dos veces se adentró por una avenida que enseguida apareció cortada. Dimos la vuelta y deshicimos lo andado. A partir de ese momento nuestra velocidad de crucero sería de unos 10 kilómetros a la hora. Por fin llegamos a la estación de Gandia, la única en todo el trayecto merecedora de este nombre. Unas señoras que viajaban conmigo le suplicaron al conductor que les dejara bajar para ir al lavabo, el autobús no disponía de ese servicio.

Estoy exhausta. He tardado tres horas en hacer un recorrido que en tren, si lo hubiera, no me habría llevado ni 50 minutos.

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Pero el tren no existe en estas comarcas mediterráneas. En estas comarcas mediterráneas resulta heroico utilizar el transporte público, ¿cómo, entonces, vamos a ahorrar energía.

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