En silla de ruedas
El verano pasado en Formentera conocí a un valenciano y me enamoré. Soy mallorquina y llevo alrededor de ocho meses en esta tierra. Soy además usuaria de una silla de ruedas y debo denunciar tres situaciones con las que tropiezo casi a diario:
Los pasos rebajados para peatones se encuentran continuamente ocupados por vehículos. En segundo lugar, algunos taxistas, no todos, o bien pasan de largo o bien cuando llegas a la parada ponen excusas tan peregrinas para no cargar una silla de 17 kilos como "me duele la espalda", "no me cabe en el maletero", "me iba a comer", etcétera... Por últim...
El verano pasado en Formentera conocí a un valenciano y me enamoré. Soy mallorquina y llevo alrededor de ocho meses en esta tierra. Soy además usuaria de una silla de ruedas y debo denunciar tres situaciones con las que tropiezo casi a diario:
Los pasos rebajados para peatones se encuentran continuamente ocupados por vehículos. En segundo lugar, algunos taxistas, no todos, o bien pasan de largo o bien cuando llegas a la parada ponen excusas tan peregrinas para no cargar una silla de 17 kilos como "me duele la espalda", "no me cabe en el maletero", "me iba a comer", etcétera... Por último, la situación, fácilmente solucionable, de los accesos de las playas. En el Saler, dichos accesos sólo llegan hasta donde comienza el verdadero problema, la arena.
Sin embargo, sigo enamorada, porque salvo esos inconvenientes, Valencia hace honor a la fama que tiene.