Columna

Tres mundos disímiles

En los óleos de Eduardo Gruber (Santander, 1949), expuestos en la galería Juan Manuel Lumbreras de Bilbao, se vislumbran ciertas paráfrasis entremezcladas de determinadas obras tanto de Gerhard Richter, como de Josef Albers o Vieira da Silva, e incluso de Malevich. Dentro de un sistemático universo ortogonal, las formas de los fondos aparecen desenfocadas, tal si fueran vistas a través de un empañado cristal. Sobre esos fondos se insertan livianos cuadrados y rectángulos, trazados con contundencia neta. Se busca con ello el contraste de lo desenfocado y lo neto, al tiempo que se crea un...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

En los óleos de Eduardo Gruber (Santander, 1949), expuestos en la galería Juan Manuel Lumbreras de Bilbao, se vislumbran ciertas paráfrasis entremezcladas de determinadas obras tanto de Gerhard Richter, como de Josef Albers o Vieira da Silva, e incluso de Malevich. Dentro de un sistemático universo ortogonal, las formas de los fondos aparecen desenfocadas, tal si fueran vistas a través de un empañado cristal. Sobre esos fondos se insertan livianos cuadrados y rectángulos, trazados con contundencia neta. Se busca con ello el contraste de lo desenfocado y lo neto, al tiempo que se crea una trama de planos superpuestos. Se palpa una moderada intención de no hacer uso de la proliferación de colores -al contrario, hay autocontrol en ese sentido-, para que prime por encima de todo el color blanco como máximo regidor del meollo esencial de cada obra. En su conjunto, la exposición posee una gran unidad. Eso es así, fundamentalmente porque los cuadros pequeños no son otra cosa que fragmentos surgidos de los cuadros de gran formato. En especial de los dos grandes, titulados Paris y Delhi (de 260 x 260 cms.), a la sazón los de más probidad y enjundia.

En el ámbito del piso de abajo de la misma galería muestra sus últimas obras la artista afincada en Lejona, Carmen Palomero (La Gallega, Burgos, 1957). El espacio se le ha quedado corto a quien su obsesión creativa le lleva a imaginar en cada objeto dualidades múltiples. Lo que se exhibe está cuidadosamente presentado. Una red de hilos cobrizos, al modo de sutiles y ensoñadoras gasas, quiere encontrar su lugar en ese universo creativo, en tanto por sus cercanías hacen acto de presencia la verdad mentirosa de los espejos y la vida -sin vida- de las raíces muertas. Estamos ante una suma de pulsiones simbólicas, nacidas del deseo irrefrenable de transformarlo todo. Haría falta conocer si esta artista se pondría de parte de aquellos que tienen como principio básico afirmar que el arte si no es obsesión, no es nada.

Itziar Barrio (Bilbao, 1976) desparrama su incontenible dispersión en la galería Catálogo General, del Casco Viejo bilbaíno. A quien le insinúa como perjudicial para ella esa dispersión, contesta que no lo puede reprimir, porque se sabe todavía joven, aunque comprende y asume que sea eso verdad. Ahí están los vídeos, esculturas, dibujos, formando un grupo disperso. Sólo algunas formas están interrelacionadas entre sí al modo de biotipos que procedieran de otros semejantes o que estuvieran prestos a convertirse en otros nuevos de parecida identidad. Como pocas veces tres mundos creativos fueron tan disímiles entre sí.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En