LA GRAN CITA DE LA CULTURA ELECTRÓNICA

El Sónar empieza entre olores de comida con condimento electrónico

Más de 12.000 personas asisten a la primera jornada diurna del festival de música avanzada

Olía a comida, pero no provenía de los puestos de bocadillos plásticos comunes en los festivales, sino de los escenarios. En concreto, del situado en el vestíbulo del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), sede diurna de este festival de músicas avanzadas que, con casi todas las entradas agotadas, en su primera jornada congregó ya a unos 12.130 visitantes. En este escenario Matthew Herbert evidenció que si el Sónar ha creado estrellas, una de ellas es él. Cuando aún faltaban 40 minutos para empezar su actuación ya no se podía entrar en el vestíbulo, repleto de un público expectan...

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Olía a comida, pero no provenía de los puestos de bocadillos plásticos comunes en los festivales, sino de los escenarios. En concreto, del situado en el vestíbulo del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), sede diurna de este festival de músicas avanzadas que, con casi todas las entradas agotadas, en su primera jornada congregó ya a unos 12.130 visitantes. En este escenario Matthew Herbert evidenció que si el Sónar ha creado estrellas, una de ellas es él. Cuando aún faltaban 40 minutos para empezar su actuación ya no se podía entrar en el vestíbulo, repleto de un público expectante que deseaba seguir una actuación en la que se prometía hermanar la gastronomía y la música electrónica.

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Matthew Herbert, que vestía botas de pescadero y no de cocinero, actuó al frente de un trío que usaba delantales, ordenadores y percusiones varias -latas de bebidas incluidas-, y que tenía como nota decorativa una cocinera que iba condimentando diversos manjares de los que el propio Herbert dio cuenta en un momento de la actuación que, curiosamente, coincidió con la aparición de la voz enlatada de su mujer, Dani Siciliano. Hablando de latas, las judías que ornamentaban uno de los platos exhibidos por las pantallas eran de lata, prueba de que, por mucha crítica que el músico haga a la comida rápida, su paladar sigue siendo más inglés que los monos de Gibraltar.

Aparte de ello, sus ritmos cojos fundamentados en sonidos culinarios y la puesta en escena resultaron divertidos. Nada más. Más corta y fallida resultó con posterioridad la actuación de María Durán, que, apoyada por el cocinero Jordi Vilà, orquestó una sucesión de sonidos entrecortados mientras su compañero de escenario cocinaba algo con aspecto de ser caro. Más tarde la Vegetable Orchestra hizo una versión de Kraftwerk cambiando ordenadores y teclados por zanahorias, rábanos, calabazas, berenjenas y coles. Un concierto francamente vegetal. Para próximas ediciones del Sónar se admiten sugerencias sobre instrumentos más insólitos. La fontanería no vale.

En al apartado de conciertos sin truco -o, para ser más elegantes, sin concepto-, destacaron los madrileños Cycle, prueba evidente de una electrónica castiza, rockera y, si se permite la comparación culinaria, garbancera. El cuarteto destacó por un gusto cercano al calimocho digital y por una cantante que parecía una mezcla entre Susana Estrada y Popocho -la primera por estilo y el segundo por rol-. Más afortunadas e interesantes resultaron las actuaciones de Oriol Rosell, que escoró su set hacia el reggae más pastoso y electrónico, y de los daneses Efterklang, que plantearon una fusión entre electrónica e instrumentación convencional que jugaba al paisajismo con crepitaciones de fondo. También fue destacable la actuación de Khonnor con su mezcla de canción convencional para guitarras e instrumentación electrónica con tendencia al ruidismo. Su pose, con cabezas de osito tapando su rostro, dio otro punto de humor a la jornada.

Éstas fueron alguna de las notas descollantes de esta primera jornada, que repitió imágenes que no por vistas a lo largo de estos años resultan menos impactantes. Una de ellas es la de Teresa Pratginestós, la abuela del Sónar, que a sus 77 años no se pierde una edición. Otra, la de la familia Arnau, que regenta la discoteca Florida 135. De entre ellos el más llamativo era el patriarca, un señor que, con 70 años también cumplidos, paseaba bajo un sombrero de paja sin que la exhibición epidérmica de las más atrevidas le llamase mínimamente la atención.

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