Cartas al director

"¿Cómo salir de ésta?"

Al poco de la victoria israelí en la guerra de los Seis Días (1967), su mujer recriminó al primer ministro Levi Eshkol tras ver en sus dedos el signo de la victoria: "No es el signo de la victoria en inglés -replicó éste-, sino en yiddish: 'Vi krikht men arroys' (¿Cómo salimos de ésta?)".

Eshkol se refería al incipiente movimiento de los colonos que frustró en esos momentos de incertidumbre una solución negociada a la cuestión palestina. Desde entonces, mientras los colonos no han dejado de aumentar hasta llegar al cuarto de millón, de la misma forma que la superficie "red...

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Al poco de la victoria israelí en la guerra de los Seis Días (1967), su mujer recriminó al primer ministro Levi Eshkol tras ver en sus dedos el signo de la victoria: "No es el signo de la victoria en inglés -replicó éste-, sino en yiddish: 'Vi krikht men arroys' (¿Cómo salimos de ésta?)".

Eshkol se refería al incipiente movimiento de los colonos que frustró en esos momentos de incertidumbre una solución negociada a la cuestión palestina. Desde entonces, mientras los colonos no han dejado de aumentar hasta llegar al cuarto de millón, de la misma forma que la superficie "redimida" de la "Tierra Santa", el grueso de la opinión pública israelí no ha expresado ninguna reacción significativa de rechazo; al revés, los colonos han recibido toda suerte de muestras de afecto, acompañadas de no despreciables indemnizaciones, con motivo de la puesta en marcha del plan de desconexión de Gaza, que les obliga a dejar ciertos asentamientos.

Este 16 de mayo, la oficina de prensa de Hebrón, una voz representativa del movimiento de colonos, emitía un comunicado de prensa con el título "Cierre del Estado". En él se informaba de que miles de manifestantes habían cortado puntos estratégicos de las vías de comunicación en un ensayo general de parar el país.

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Lo que resulta sorprendente es que una proporción tan pequeña de la población, empapada de fundamentalismo mesiánico, haya conseguido fijar la agenda de la política israelí en su conjunto, con un coste enorme tanto para la población de Cisjordania y Gaza como para las políticas sociales del propio Israel. Algunos vieron en el asesinato del primer ministro Rabin, por un judío de estas convicciones, el punto de arranque simbólico de una guerra civil. Diez años después de aquel horrible asesinato, la pregunta de Eshkol parece aún más apremiante, y no sólo para sus compatriotas.

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