Columna

Otra eurorregión

Hace treinta años que Valencia, Cataluña y el resto de Europa están unidas por autopista. Hace treinta años que Valencia y Zaragoza no lo están. Valencia, Castellón y Alicante no disponen de una ruta rápida para ir a Aragón, a La Rioja, a Navarra, a Euskadi, a Cantabria incluso. Y, a partir de ahí, al Atlántico de Francia; a su suroeste del vino y los castillos, del gas y de la memoria del ilustre Montaigne. Hace tres décadas que perdura este desatino inconcebible. Hace muchos años que funciona el doble carril entre Lleida y Logroño, entre Vitoria y Valladolid o entre Oviedo y León, pero no ex...

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Hace treinta años que Valencia, Cataluña y el resto de Europa están unidas por autopista. Hace treinta años que Valencia y Zaragoza no lo están. Valencia, Castellón y Alicante no disponen de una ruta rápida para ir a Aragón, a La Rioja, a Navarra, a Euskadi, a Cantabria incluso. Y, a partir de ahí, al Atlántico de Francia; a su suroeste del vino y los castillos, del gas y de la memoria del ilustre Montaigne. Hace tres décadas que perdura este desatino inconcebible. Hace muchos años que funciona el doble carril entre Lleida y Logroño, entre Vitoria y Valladolid o entre Oviedo y León, pero no existe esa facilidad entre la tercera ciudad de España y la quinta. Es un escándalo que reviví el fin de semana pasado, yendo y volviendo a la Rioja, alucinado ante la sucesión de camiones y lentitudes, de curvas y cuestas y de malvadas intenciones. Porque esa autopista, su inexistencia quiero decir, tiene que ser, también, hija de oscuros (o transparentes) planes. A alguien no le gusta, o no le gustó, que el Ebro tuviera dos ejes: el que va de Euskadi a Cataluña y el que va de Euskadi a la Comunidad Valenciana.

Esa relación norte-sur, empero, es inexorable. Llegará, e incluso está en camino, aunque a una velocidad de tortuga. Pero vendrá. Y entonces la Comunidad Valenciana, la que uno modestamente defiende, que para eso es vecino, pues podrá intensificar sus relaciones económicas y culturales con diversas comunidades españolas con las que existe una manifiesta simpatía ciudadana y una complementariedad que sobrevuela las miserias políticas del momento. Llegó el tiempo de reivindicar la eurorregión vertical que va por Burdeos y Bilbao hasta Murcia. Un flujo de progreso, con sus conexiones a Madrid y Cataluña. Y a Toulouse, vía Somport.

Si yo fuera Camps, trataría de estrechar relaciones con los dirigentes de estas autonomías, al margen de discrepancias soberanistas o hidrográficas. Que si es cierto que Valencia no pertenece al corredor del Ebro, también lo es que forma parte de ese otro corredor ibérico. ¿O no queremos a España en red?

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