Crítica:

Trías y la filosofía española

Por mucho que la filosofía hoy no mantenga el lugar que ocupó en toda modernidad (hasta Mayo del 68: la última imagen: Sartre subido en un bidón arengando a obreros y estudiantes), donde fue siempre la vanguardia de cualquier movimiento emancipatorio, no está muerta. Es verdad que ya no se atreve a contar las historias e ilusiones (fallidas) de antes, pero no deja de ser, antes como ahora, la conciencia (reflexiva, crítica) más profunda de una sociedad. En España la transición a la democracia no ha sido acompañada por una filosófica: por el recurso a una filosofía realmente contemporánea, cuyo...

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Por mucho que la filosofía hoy no mantenga el lugar que ocupó en toda modernidad (hasta Mayo del 68: la última imagen: Sartre subido en un bidón arengando a obreros y estudiantes), donde fue siempre la vanguardia de cualquier movimiento emancipatorio, no está muerta. Es verdad que ya no se atreve a contar las historias e ilusiones (fallidas) de antes, pero no deja de ser, antes como ahora, la conciencia (reflexiva, crítica) más profunda de una sociedad. En España la transición a la democracia no ha sido acompañada por una filosófica: por el recurso a una filosofía realmente contemporánea, cuyos instrumentos conceptuales enriquecieran un tanto el nuevo imaginario nacional y sus debates. Y mientras no sea así algo cojea en nuestra cultura y, por tanto, en la base de nuestra sociedad y política.

LA FILOSOFÍA DEL LÍMITE. Debate con Eugenio Trías

J. Muñoz y F. J. Martín (editores)

Editorial Biblioteca Nueva Madrid, 2005

302 páginas. 18 euros

A pesar de contar con unas generaciones de profesionales nunca tan bien formadas e informadas como ahora (en España no hay sólidas tradiciones filosóficas), la filosofía, al contrario que la literatura y las artes (cosa un tanto sospechosa para todas, que siempre han florecido juntas), no tiene canales de comunicación efectiva con la sociedad, ni tiene público en nuestro país, ni siquiera suficiente comunicación entre sus propios miembros y escuelas, que se prodigan más con el extranjero que con el vecino. Vive cada vez más aislada, más excedida de erudición y academicismo, más deficitaria de creación propia, más necesitada de impulsos sociales de todo tipo. "Abundan los remedos epigonales y el cultivo de una bibliografía secundaria, generalmente mal escrita, dictada por el remedo y la imitación de modas coyunturales generadas allende de nuestras fronteras, cuando no por urgencias estrechamente académicas, administrativas o gremiales", escriben, con razón, los editores de este libro.

Un libro que afronta directa

mente este problema, mostrándonos, cómo en casos paradigmáticos, el de Eugenio Trías esta vez, no es del todo verdad lo que decimos. Ver en nuestra cultura una ausencia histórica y presente de filosofía, debido quizá a la leyenda negra que considera nuestra lengua incapaz de soportar el pensamiento filosófico, "es un ver que no ve bien porque no sabe mirar" (o porque hay que agudizar mucho la vista). Sí sabe mirar este libro, desde una docena de agudos pares de ojos con buena vista, desde otras tantas agudas perspectivas, la importante obra de Eugenio Trías (treinta libros y otras numerosísimas publicaciones). Sabe también dialogar a fondo con el personaje. La obra y figura de Trías ya ha merecido numerosos análisis (desde aquel temprano monográfico de Anthropos de 1981). Éste viene a añadirse a ellos, obviamente, aunque creo que con mayor riqueza de perspectivas, más incisivo, crítico (más respetuoso, pues) que ninguno: un debate auténtico, distanciado, no discipular, con Trías. Con el que el grupo formado en torno al profesor Jacobo Muñoz emprende una labor histórica -histórica ella misma- ineludible: comenzar a tematizar la filosofía española, a valorarla en sí misma y situarla en contexto internacional. Seguirán, al parecer, Santayana, Zambrano, Sacristán, Ferlosio, además de un panorama concreto de la filosofía española actual.

El "límite" en la filosofía de Trías resuena por todas partes, en la línea de grandes delimitadores como Kant o Wittgenstein (cuya relectura conjunta, confiesa, le fue esencial en la época de Lo bello y lo siniestro, 1982, para dar el salto, quizá, al año siguiente, en Filosofía del futuro, entre un primer y un segundo Trías, como los grandes). Trías se aventura más: es un pensador limítrofe. Más allá, o más acá, del sujeto metafísico wittgensteiniano o de la razón pura kantiana, en el fondo reconocibles sólo por su actuación trascendental en el mundo, Trías busca ahondar en ellos mismos, dándoles una nueva impronta: razón y sujeto del límite, limítrofes, fronterizos. "Somos los límites del mundo", dice. Pero no nos definimos simplemente como su lógica trascendental, constitutiva. Somos algo más. ¿Qué? No hay otra palabra que: tragedia: la situación necesaria pero imposible de quien tiene un pie dentro y otro fuera, y ni siquiera está claro de qué o de dónde. La niebla o sopa del límite, trágica, primordial, como la íntima, enemiga, esencial compenetración imposible y necesaria de contrarios, de donde surgió tanto la vida como el pensar. No hay uno sin otro, y en el límite están ambos, sin estar ninguno. (Pero el límite, recordemos, somos nosotros: su tragedia es la nuestra).

La tragedia llena este sujeto, vaciado en dos mundos, con sentimientos de culpa y deber y otras sensaciones oscuras, aunque efectivas, que remiten a una trascendencia ética, estética, religiosa, que no cabe definir más que como un suplemento simbólico. Pero la experiencia de ese lugar arriesgado en que se coloca Trías, la que conlleva esencialmente esta tragedia, es más bien una experiencia lógica, fría y fundamentalísima, nada sentimental, como toda tragedia auténtica: la lógica común, en virtud del desarrollo al límite de sus propios presupuestos, pero contra ellos mismos, ha de superarse en una más alta, y el sujeto darse realidad en esa (y sólo en esa) evanescente experiencia fronteriza, cuyos polos no importan tanto como ella misma. Valiente una filosofía que no se contenta con decir, por ejemplo, que lo único inquietante es la propia inquietud de esa aventura, la que sostiene el límite, y quedarse en ella, en la sombra oscura del temblor o la emoción benditos, sino que, desde el límite quiere bosquejar toda una ontología, es decir, aclarar de algún modo, desde categorías últimas y más abstractas, lo que es y no es, lo que sin fin ni fundamento deviene, en una parte y otra, lo que es y no es a la vez en el propio límite (en donde se concentra toda esa dialéctica extraña): aclarar, pues, el ser entero y verdadero, y bien redondo, a pesar de todo, incluido el de uno mismo. Abrir puertas en el límite podría quitarle toda su gracia: convertirlo en términos municipales de un nuevo mappamundo ilusorio y a uno mismo en agrimensor quijanesco. Pero Trías es muy consciente, con Wittgenstein, de que sólo los chichones que la razón se produce arremetiendo contra sus límites (dentro de ellos) son el síntoma de que filosofamos. De verdad, de verdad, no hay éxtasis filosóficos.

El filósofo Eugenio Trías (Barcelona, 1942).JOAN SÁNCHEZ

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