Editorial:

Heredero o heredera

Los príncipes de Asturias esperan un hijo, según se comunicó oficialmente ayer, cuando está a punto de cumplirse un año desde su boda. El infante, que nacerá en noviembre, ocupará el segundo lugar, tras su padre, don Felipe de Borbón, en el orden de sucesión a la Corona. Ello ocurrirá con independencia de que este primer hijo de los Príncipes sea niño o niña, si prospera, como parece probable, la prevista reforma del artículo 57 de la Constitución que eliminará la mención a la preferencia del varón sobre la mujer en el mismo grado en la línea sucesoria, un anacronismo que era necesario desterr...

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Los príncipes de Asturias esperan un hijo, según se comunicó oficialmente ayer, cuando está a punto de cumplirse un año desde su boda. El infante, que nacerá en noviembre, ocupará el segundo lugar, tras su padre, don Felipe de Borbón, en el orden de sucesión a la Corona. Ello ocurrirá con independencia de que este primer hijo de los Príncipes sea niño o niña, si prospera, como parece probable, la prevista reforma del artículo 57 de la Constitución que eliminará la mención a la preferencia del varón sobre la mujer en el mismo grado en la línea sucesoria, un anacronismo que era necesario desterrar.

La forma de gobierno establecida por la Constitución de 1978, refrendada por los españoles, es la de monarquía constitucional, condición que comparte con países como Bélgica, Holanda, Dinamarca, Reino Unido, Luxemburgo y Suecia, entre los socios de la UE, y también con otros de comparable tradición democrática como Noruega. Pudo haber sido de otra manera, pero las circunstancias favorecieron que monarquía y democracia, términos que habían sido divergentes durante siglo y medio de historia española, acabaran convergiendo en la España constitucional que siguió a cuatro décadas de dictadura. Don Juan Carlos apostó fuerte por reforzar su legitimidad con el ejercicio de su cargo, primero facilitando las cosas para la llegada de la democracia y luego defendiéndola con energía frente a quienes pretendían acabar con ella. La pugna histórica entre Monarquía y República es por ello más doctrinal que política en la España de comienzos del siglo XXI.

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No sobran en nuestro país los símbolos de identificación compartidos. Carecemos, tal y como escribió un pesimista Ortega en 1917, de "una emoción nacional por la cual comuniquen los bandos enemigos". La Corona se ha convertido en uno de ellos. El comportamiento sensato de la familia real, ajena a escándalos como los que han afectado a otras monarquías, ha reforzado el prestigio de la institución, según reflejan desde hace años las encuestas de opinión. La gente, por lo general, quiere sentirse partícipe de acontecimientos dichosos. Siempre lo es el nacimiento de un niño o una niña, y más cuando se le sabe destinado a ocupar un lugar con tanta carga representativa.

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