Reportaje:ARQUITECTURA

La belleza exacta de Robert Mallet-Stevens

Robert Mallet-Stevens es un arquitecto sin suerte. En menos de 60 años de vida (París, 1886-1945) conoció dos guerras mundiales y un crash financiero de gran magnitud. El resultado de todo ello es que construyó mucho menos que algunos de sus contemporáneos y, sobre todo, que ha pasado a la historia como un epígono del grupo De Stijl, como un profesional al que se le reconoce el buen gusto pero se le reprocha la falta de espesor, de densidad teórica. El Centro Georges Pompidou se ha concedido cuatro meses, para convencernos a través de una gran exposición de que Mallet-Stevens es otra co...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Robert Mallet-Stevens es un arquitecto sin suerte. En menos de 60 años de vida (París, 1886-1945) conoció dos guerras mundiales y un crash financiero de gran magnitud. El resultado de todo ello es que construyó mucho menos que algunos de sus contemporáneos y, sobre todo, que ha pasado a la historia como un epígono del grupo De Stijl, como un profesional al que se le reconoce el buen gusto pero se le reprocha la falta de espesor, de densidad teórica. El Centro Georges Pompidou se ha concedido cuatro meses, para convencernos a través de una gran exposición de que Mallet-Stevens es otra cosa que un diletante elegante.

El Pompidou no se ha limitado a reunir y ordenar todo lo que hasta ahora se conocía de Mallet-Stevens sino que también hace emerger la parte oculta del iceberg, es decir, los proyectos no construidos, los presentados a diversos concursos y que no fueron elegidos ganadores o los que no se materializaron debido a los problemas económicos del cliente. La lista de los primeros es impresionante pero también la de los segundos, que se abre con los dos encargos que recibe, en 1914, de Jules Écorcheville y de la gran modista Jeanne Paquin. En los dos casos se trata de residencias de veraneo o de fin de semana, situadas en Deauville, y en los dos casos es la guerra de 1914-1918 la que hace imposible poner la primera piedra. El caso más impresionante es hijo de otro encargo de un creador de moda, Paul Poiret, que en 1921 le pide a Mallet-Stevens una gran residencia situada a unos cuarenta kilómetros de París, en lo alto de una colina, sobre el Sena. En 1923, las paredes maestras están levantadas, la techumbre acabada y el conjunto sorprende por su brillante combinación de formas geométricas. Poiret anda mal de fondos y pide que se paren las obras hasta 1926 y entonces confiesa abiertamente la suspensión de pagos de su negocio. En 1927, Mallet-Stevens hace publicar en una revista de arquitectura unas muy bellas fotos de la mansión inacabada. Son las primeras "ruinas modernas" del siglo. La actriz Elvira Popesco, seducida por ellas, compra la obra en 1933. Es una sinfonía de "superficies planas, aristas vivas, curvas claras, materia pulida, ángulos rectos: claridad y orden. Es mi casa lógica y geométrica del mañana", decía un Mallet-Stevens orgulloso al ver que todo iba a poder acabarse. Popesco exigió numerosos cambios pues la idea ya no es la de una casa para una familia con tres hijos sino la de una mansión abierta a recepciones multitudinarias. En 1938, los planos de la reforma y los fondos necesarios para llevarla a cabo existen pero, un año después, los alemanes comienzan la Segunda Guerra Mundial.

Mallet-Stevens cree en la belleza: "Los edificios han de levantarse como educadores de la multitud"

Si el conjunto de dibujos a favor de "una ciudad moderna" se conoce desde 1922 pero había sido olvidado, otro de 1923 era desconocido y nos muestra al arquitecto como alguien que concibe la ciudad "desde la unidad de estilo", en los antípodas ideológicos de un Le Corbusier -ni una idea de urbanista parece cruzar la mente de Mallet-Stevens- aunque luego las realizaciones de uno y otro tengan puntos comunes. Mallet-Stevens cree en la belleza: "Los edificios han de levantarse como educadores de la multitud". No habla de la interrelación entre trabajo y vivienda, no concibe la ciudad como una máquina aunque se deje fascinar por la posibilidad de industrializar la belleza. "Los edificios no sólo han de hacer la existencia feliz y agradable por su aspecto satisfactorio sino también porque dejan entrever a partir de sus proporciones o la armonía de sus formas un poco de alegría e ideal", escribe en medio de sus proyectos de aeropuerto, estudios cinematográficos o sede de una cadena de radio que conviven con los de catedrales, mercados y viviendas.

Los trabajos que Mallet-Stevens hizo como decorador de cine son lo mejor de las películas vanguardistas de Marcel l'Herbier. La experiencia le obligó a reflexionar sobre la luz, sobre cómo las formas se transforman según la orientación de la luz. La casa que el arquitecto concibe para los Noailles en Hyères es un gran ejemplo de ello y, en un justo retorno de influencias, es escogida por Man Ray para rodar en ella Les Mysteres du château du Dé. La mansión, que fue objeto de varias ampliaciones siempre siguiendo la concepción de módulos que impuso Mallet-Stevens, cuenta con el primer jardín cubista de la historia e integra elementos decorativos de Henri Laurens, Theo van Doesburg y del propio Mallet-Stevens.

En el Pompidou podemos ver

las sillas de tubo metálico que pensó para la empresa Tubor, las zapaterías que imaginó para la sociedad Bally, las cafeterías concebidas para Cafes do Brasil, las cabinas en acero destinadas a un transatlántico, los pupitres móviles propuestos a la Education Nationale, los pabellones efímeros que hizo para las exposiciones internacionales de París en 1925 y 1937, y el conjunto es excelente y coherente. La apoteosis de la elegancia constructiva y diseñadora de Mallet-Stevens la encontramos en una calle parisiense que lleva su nombre. Entre 1925 y 1926 el arquitecto consigue comprar varios solares construibles en los límites de París y allí, dándole una ligera curva, traza una calle y parcela el lugar. Las familias Reifenberg, Allantini, Dreyfus, Martel y el propio Mallet-Stevens tendrán ahí su hogar, sus viviendas unifamiliares, en un pequeño grupo que es un elogio al racionalismo mesurado.

A lo largo de su carrera, Mallet-Stevens sólo tuvo una oportunidad, entre 1928 y 1929, de construir un bloque de apartamentos. Lo hizo en París, en la calle de Méchain, y comporta catorce apartamentos de alquiler sin fachada a la calle y, por consiguiente, mal conocidos. De la misma manera, sólo uno de los encargos públicos llegó a tomar cuerpo: el del cuartel de bomberos de 1926, en la calle de Mesnil. En cualquier caso la exposición nos revela un talento que, por el mero hecho de no haber ido acompañado de declaraciones altisonantes y radicales, y por haber tenido que convivir con una época difícil, había sido mal valorado. Quede constancia de ello.

Villa Cavrois, cerca de Lille, construida en 1930 por Robert Mallet-Stevens y declarada monumento histórico. En París, casa-taller de Mallet-Stevens (1932) para Louis Barrillet.

Archivado En