Columna

Spectaculum

El anuncio de la elección del nuevo Papa fue el programa más visto en televisión en España hasta la fecha. Otro tanto debió suceder en el resto de países de Europa, y es probable que así haya sido también en todas las naciones con raíces católicas del mundo. Buena parte de la saliva mundial que se gastó ese día maceró su nombre y apellido hasta la médula, a favor o en contra, como si el Papa, como concreción humana de la metafísica católica, tuviese idénticas dimensiones que el vacío del universo. Sin embargo, esa omnisciencia, tan acorde con el credo que consagra, sólo fue una llamarada mediá...

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El anuncio de la elección del nuevo Papa fue el programa más visto en televisión en España hasta la fecha. Otro tanto debió suceder en el resto de países de Europa, y es probable que así haya sido también en todas las naciones con raíces católicas del mundo. Buena parte de la saliva mundial que se gastó ese día maceró su nombre y apellido hasta la médula, a favor o en contra, como si el Papa, como concreción humana de la metafísica católica, tuviese idénticas dimensiones que el vacío del universo. Sin embargo, esa omnisciencia, tan acorde con el credo que consagra, sólo fue una llamarada mediática, tan incandescente como efímera. Y ésa es una de las grandes preocupaciones de la Iglesia, que no ignora que ofrece soluciones a problemas que ya no tiene la gente. A la mal llamada "crisis de la fe", que disfraza la pérdida de eficacia del producto, se ha unido que las ONG le han quitado un buen bocado del mercado de la misericordia y que otros cultos más exóticos penetran en su propio terreno. Incluso la influencia política del Papa está sobredimensionada, como acaba de reconocer el Centro de Estudios Estratégicos de Washington. Después de todo, ni Wojtyla consiguió parar la guerra de Irak, ni Pablo VI evitó que Franco fusilara a cinco condenados a muerte en 1975. Con todo, Joseph Ratzinger no sólo conoce los desmanes de los sacerdotes en el mundo, que es lo que parece que ha contribuido de forma decisiva a que alcance la cumbre del Vaticano. También sabe que el hombre occidental, aunque ha desalojado a Dios de su cerebro como figura sometedora, no renuncia a la cultura que lo envuelve y sigue visitando las catedrales como turista y fotografiando procesiones. En una época en que la humanidad, fracasados los regímenes y las doctrinas homogeneizadoras, se acomoda en la contigüidad de lo incompatible (Kapuscinski), el espectáculo y la tematización pueden convertir los espacios obsoletos en territorios universalizables. Por eso Benedicto XVI, persuadido de que hacer templos que parecían cafeterías fue un error tan grande como poner a los curas a tocar la guitarra, ha recuperado el latín, el gregoriano y las coreografías inmensas, que son perfumes muy feromonados para el público.

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