Crítica:CRÍTICAS

La comisión de la mentira

A partir de los años noventa, John Boorman, autor de thrillers tan cortantes, escabrosos y desoladores como A quemarropa (1967) y Deliverance (1972), ha ido ablandando su filmografía con cintas cada vez más rutinarias. Sin embargo, ninguno de sus bajones es comparable al de In my country, pusilánime intriga política con toques de drama romántico, ambientada en la surafricana Comisión por la Verdad y la Reconciliación en la que los acusados de crímenes y torturas durante el apartheid comparecieron ante sus víctimas en busca de la amnistía.

La película n...

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A partir de los años noventa, John Boorman, autor de thrillers tan cortantes, escabrosos y desoladores como A quemarropa (1967) y Deliverance (1972), ha ido ablandando su filmografía con cintas cada vez más rutinarias. Sin embargo, ninguno de sus bajones es comparable al de In my country, pusilánime intriga política con toques de drama romántico, ambientada en la surafricana Comisión por la Verdad y la Reconciliación en la que los acusados de crímenes y torturas durante el apartheid comparecieron ante sus víctimas en busca de la amnistía.

La película no funciona ni en el fondo ni en la forma. El guión contiene uno de esos romances introducidos con calzador que parecen más inducidos por las absurdas reglas del género que porque se justifique en pantalla. Por otro lado, la historia se entrecorta continuamente por una larga entrevista al más poderoso de los acusados que hubiese podido funcionar como clímax, pero nunca troceada como elemento de unión entre secuencias. Y, para rematar, se saca de la manga un truco de magia en forma de sorpresa final alrededor de un personaje colateral sobre el que nunca se ha ofrecido información fehaciente.

IN MY COUNTRY

Dirección: John Boorman. Intérpretes: Juliette Binoche, Samuel L. Jackson, Brendan Gleeson, Langley Kirkwood. Género: drama político. Reino Unido, 2004. Duración: 104 minutos.

En cuanto a la dirección, rutinaria y rancia, se ve afectada por los primeros planos explicativos de las sensaciones de los asistentes a los juicios (sorpresa, indignación, dolor, alivio...), insertos que siempre entran a destiempo y a través de muecas que parecen realizadas por actores aficionados.

En definitiva, da la impresión de que Boorman, de 72 años, ha perdido el pulso narrativo (hay un larguísimo baile entre la periodista radiofónica Juliette Binoche y su ayudante de sonido que provoca vergüenza ajena) y que, a estas alturas, está más preocupado por el folclor y el exotismo del país que está retratando que por mostrar aquella rabia que hace 30 años le llevó a construir intrigas de verdad y no de cartón piedra.

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