Reportaje:

Don Quijote retorna a Alcalá

El Museo Arqueológico Regional rehace la vida cotidiana de los hidalgos con objetos del Siglo de Oro recuperados en excavaciones

¿Sabía usted que quien engendrara siete hijos legítimos, en el siglo XVII, alcanzaba el grado de hidalgo en la categoría denominada de bragueta? Pues si desea conocer a cuál de las siete clases de hijosdalgo perteneció el más ingenioso de ellos, Don Quijote; o averiguar cómo eran los botones de sus camisas; los juegos de bolos que a la sazón se jugaban; incluso, de qué manera se habría de cocinar el cabrito en las bodas de Camacho, amén de muchas otras cosas sabrosas y amenas, puede visitar Alcalá de Henares, patria de Miguel de Cervantes.

En la plaza de las Bernardas, que alberg...

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¿Sabía usted que quien engendrara siete hijos legítimos, en el siglo XVII, alcanzaba el grado de hidalgo en la categoría denominada de bragueta? Pues si desea conocer a cuál de las siete clases de hijosdalgo perteneció el más ingenioso de ellos, Don Quijote; o averiguar cómo eran los botones de sus camisas; los juegos de bolos que a la sazón se jugaban; incluso, de qué manera se habría de cocinar el cabrito en las bodas de Camacho, amén de muchas otras cosas sabrosas y amenas, puede visitar Alcalá de Henares, patria de Miguel de Cervantes.

En la plaza de las Bernardas, que alberga el flamante Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid, hallará la exposición Ficción y realidad en el Siglo de Oro. La muestra recompone la vida de la época en la que fue escrito El Quijote y lo hace mediante la Arqueología.

Contiene, pues, sorpresas: han sido allegadas desde instituciones castellano-manchegas como los Museos de Albacete, Guadalajara, Ciudad Real, Cuenca y el de Santa Cruz, en Toledo, así como los propios del Museo Regional anfitrión. Su director, Enrique Baquedano, rechazó exhibir en esta muestra objetos que no fueran fruto de actividad arqueológica. Por ello, tal lealtad confiere al conjunto expuesto el valor que de su historicidad rezuma.

Y los rezumaderos por donde aflora vívidamente la época cervantina abarcan desde los fragmentos de vidrieras polícromas por las que se filtraba la luz del cielo de Madrid hacia los aposentos donde residiera Diego Velázquez en la Casa del Tesoro -dependencia ésta desmantelada por las obras en el subsuelo de la plaza de Oriente- hasta las acharoladas lozas, los cantarines especieros rotos y las fuentes con grecas de pájaros que brillaron sobre las mesas donde, en el hondón del siglo XVII, los hidalgos como Quijano comían migas manchegas a costa de afear sus barbas.

De entre muchas piezas descollantes reluce una verdaderamente excepcional: se trata de un arrimadero, un zócalo de muro para apoyarse, en cerámica de Talavera, de unos cuatro metros de longitud por uno y medio de altura. Está decorado con roleos vegetales plateados, casetones azul prusia y florones verde manzana, envuelto todo por ese amarillo que crepita aún, dorado, desde los frescos muros de zaguanes y salones supervivientes de aquel siglo prodigioso.

Ha sido mimosamente remozado por Cristina Orna, que, en alguno de sus segmentos, ha empleado reproducciones fotográficas para recobrar elementos faltantes. "Procede del palacio de los duques del Infantado, de Guadalajara, y data de 1595", dice ensimismada por su cromática.

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La exposición, comisariada por Ignacio Saul Pérez-Juana, da cuenta de la organización de la vida cotidiana -lifemanship, la llamó el escritor estadounidense Norman Mailer- de aquel tiempo en el que un manchego -de los que debían acreditar su hidalguía con renta de 500 sueldos, unos 20.200 euros de hoy- tal Alonso Quijano decidiera bruñir su blasón, desempolvar bártulos y salir desde su corral hacia campo abierto en busca de algo muy parecido a la libertad. Y lo hizo espoleado por cierta forma de servidumbre llamada hidalguía: la misma que creó en tantos españoles como él la conciencia -falsa- de un rango superior y contrario al de sí mismo. Tal fue su enajenación.

Los vestigios arqueológicos exhibidos generan en el visitante una sensación doblemente placentera: por mor de la maestría descriptiva de sus relatos, Cervantes fue capaz de hacer visible un mundo de objetos que de tal modo revivían vigorosamente en la retina -imaginaria- de sus lectores. Pero esta exposición brinda, además, al visitante la oportunidad de acercar hasta su mirada misma muchos de aquellos objetos, aquí tangibles, que antes únicamente podía columbrar apoyado en los mimbres del relato cervantino. Al resonar ante el visitante ficción imaginada y realidad misma, surge una nueva forma de realidad que, por una suerte de feliz ritornello, duplica, espejándolo, el gozo que incesante Cervantes regala desde 1605, cuatro siglos hace ahora. Visitar la exposición es atajar, gratamente, tanta distancia.

Ficcion y realidad en el Siglo de Oro. Martes a sábado, de 11.00 a 19.00. Domingo, hasta las 15.00. Museo Arqueológico Regional. Plaza de las Bernardas, s/n. Alcalá de Henares. Gratis.

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