Análisis:AGENDA GLOBAL | ECONOMÍA

Modernización

EL PATRÓN DE CRECIMIENTO que desde hace años mantiene la economía española empieza ahora a exhibir su vulnerabilidad. La demanda interna ha sido el componente más dinámico y, dentro de ésta, la principal tracción la sigue ejerciendo el consumo de las familias y la construcción. Amparada en unos tipos de interés históricamente reducidos, la excepcional escalada de los precios de los activos inmobiliarios ha dotado al componente residencial del gasto en construcción de un protagonismo a todas luces excesivo. Lo ha hecho a costa del resto de la inversión: el reforzamiento del stock de capi...

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EL PATRÓN DE CRECIMIENTO que desde hace años mantiene la economía española empieza ahora a exhibir su vulnerabilidad. La demanda interna ha sido el componente más dinámico y, dentro de ésta, la principal tracción la sigue ejerciendo el consumo de las familias y la construcción. Amparada en unos tipos de interés históricamente reducidos, la excepcional escalada de los precios de los activos inmobiliarios ha dotado al componente residencial del gasto en construcción de un protagonismo a todas luces excesivo. Lo ha hecho a costa del resto de la inversión: el reforzamiento del stock de capital ha sido mínimo, insuficiente en todo caso para neutralizar la rápida elusión de las ventajas competitivas tradicionales de nuestra economía. El sector exterior, por su parte, sigue drenando posibilidades de crecimiento, con un déficit por cuenta corriente récord, reflejo no sólo de esa mayor pulsación de la demanda doméstica, sino igualmente de esas continuas pérdidas de competitividad.

Diferenciar la economía española de esas otras menos desarrolladas exige, como acaba de recomendarnos la OCDE, abandonar el anclaje en sectores de baja intensidad tecnológica

Una tasa de inflación sistemáticamente superior a la de nuestros principales socios comerciales es una de las principales causas de esa erosión competitiva, pero también lo es el pobre comportamiento de la productividad del trabajo: del conjunto de países de la OCDE, en el periodo 1994-2003, sólo México tuvo un crecimiento inferior al de España en ese registro. Ambos indicadores sintetizan la vulnerabilidad de un patrón de crecimiento impropio de una economía avanzada. Reflejan una especialización productiva distante de esa intensidad en conocimiento que se ha vuelto a reclamar en la reciente cumbre europea como condición básica para ser una economía competitiva.

En las vísperas de esa reunión se han conocido distintas evaluaciones del grado de aproximación de cada país a los objetivos definidos en la Agenda de Lisboa o del grado de inserción en la sociedad de la información. Del primero, el Centre for European Reform sitúa a la economía española en las posiciones más retrasadas de una relación encabezada nuevamente por las economías nórdicas. Del segundo, el World Economic Forum ha divulgado la cuarta edición de su Global Information Technology Report, en el que se sitúa a España en la posición 29ª. Cuando mayor es el consenso acerca de los efectos favorables de la extensión de las tecnologías de la información y de la comunicación sobre el crecimiento económico (a través básicamente de las ganancias de productividad que generan), mayor es la contundencia con la que se manifiesta la alta tasa de analfabetismo digital en nuestro país. Una situación que, además de lastrar las posibilidades de modernización de nuestra economía, acentúa el riesgo de exclusión digital de una parte importante de la población.

La asignación de recursos -de excedentes empresariales, de posibilidades de financiación e incluso de capital humano- que de forma tan intensa hemos realizado en los últimos años a la construcción residencial ha sacrificado el fortalecimiento de otras formas de capital esenciales para competir en un entorno global. La ausencia de políticas públicas tendentes a compensar esa polarización productiva puede pasar factura a través de una excesiva exposición al riesgo de deterioro de un entorno internacional que hasta ahora ha sido propicio. Las únicas amenazas no son las elevaciones en los precios de las materias primas, o las probables en los tipos de interés, sino las derivadas de una intensificación de la competencia por economías consideradas hasta ahora emergentes, pero con dotaciones tecnológicas y de capital humano no inferiores a la española. Una competencia que no se refleja sólo en la balanza comercial, sino también en la no menos inquietante cuantía y orientación geográfica de los flujos de inversiones extranjeras directas y, a un plazo mayor, en las transferencias europeas. Diferenciar la economía española de esas otras menos desarrolladas exige, como acaba de recomendarnos la OCDE, abandonar el anclaje en sectores de baja intensidad tecnológica. Y eso hoy no significa otra cosa que recuperar urgentemente el tiempo perdido en el fortalecimiento de capital humano y tecnológico.

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