Crónica:LA CRÓNICA

China

Ante la inminente llegada de China a estas tierras, más vale tomar precauciones, las que cada cual considere pertinentes; yo diría, por ejemplo, que hay que irse haciendo un hueco en aquel lejano país, un hueco fotográfico. Partiendo de esta idea fui a situarme "en la calle Portaferrisa esquina a la del Pi", donde Juan Marés, amante, bilingüe y desdichado, "dejó de tocar el acordeón y entró en una tienda de comestibles y pidió una botella de vino blanco del Penedès". Ahí en esa esquina histórica, pensando en irme haciendo un hueco en China, dediqué una mañana de jueves a robar fotografías.
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Ante la inminente llegada de China a estas tierras, más vale tomar precauciones, las que cada cual considere pertinentes; yo diría, por ejemplo, que hay que irse haciendo un hueco en aquel lejano país, un hueco fotográfico. Partiendo de esta idea fui a situarme "en la calle Portaferrisa esquina a la del Pi", donde Juan Marés, amante, bilingüe y desdichado, "dejó de tocar el acordeón y entró en una tienda de comestibles y pidió una botella de vino blanco del Penedès". Ahí en esa esquina histórica, pensando en irme haciendo un hueco en China, dediqué una mañana de jueves a robar fotografías.

El ladrón de fotografías es aquel que anda por las zonas turísticas de las ciudades esperando, agazapado o erguido y flagrante, el momento de robar la imagen de otro. Pongamos como ejemplo este caso típico en Barcelona: una mujer agazapada detrás de un arbusto que brinca frente a la lente en cuanto el turista dispara su cámara fotográfica para retratar a su mujer con la catedral de fondo. El robo es irremediable: aun cuando el turista, contrariado por esa aparición súbita, repita la fotografía, no podrá evitar que, cuando esté de regreso en su país y revele los carretes del viaje, aparezca, como aderezo de esa estampa íntima, la imagen de la mujer que le robó esa foto. Pensemos que esta mujer sale a robar cinco días a la semana y que cada día logra colarse en 10 fotografías; no es difícil que ese universo de imágenes robadas que ha ido generando produzca algún día, en alguna ciudad remota, digamos en Roma, Tejas, esta situación: un amigo le enseña a otro el álbum de su viaje a Barcelona, y este otro, sorprendido, le pregunta: "¿Quién es esta mujer que también aparece en una de mis fotografías?".

El ladrón de fotografías anda por las zonas turísticas de las ciudades esperando el momento de robar la imagen de otro

Como la idea es irme haciendo un hueco en la lejana China, un hueco modesto porque no tengo pensado robar fotos a tiempo completo, me concentré en robarles fotografías a los turistas chinos, partiendo de la emblemática esquina de la novela de Marsé y de la convicción de que la lejana China está cada vez más cerca. Basta casar ciertos datos: hay 1.295.330.000 ciudadanos chinos que han empezado recientemente a salir como turistas al mundo; a este ejército potencial, hay que sumar las noticias que van apareciendo, nada más las de esta temporada para no abrumarnos: que este año se duplicará el número de turistas chinos que visitó Europa en el año 2002; que China empieza a convertirse en una superpotencia; que George W. Bush se siente amedrentado por el armamento chino; que el Barça, en una noticia desmentida aunque persistente, negocia el logotipo de su camiseta con empresarios chinos, y que, en las próximas pasarelas Gaudí, empezaremos a tener prendas, modelos y modistas venidos de China. Noticias de calados diversos que nos hacen pensar que China está a la vuelta de la esquina, la de Portaferrisa y calle del Pi, donde empecé agazapado mi labor de acercamiento a aquel cercano país.

Primero seguí a un trío de turistas que enfiló hacia la plaza del Pi, los tres traían una cámara fotográfica colgando del cuello así que supuse que eventualmente la utilizarían, como en efecto sucedió en el portal de santa Maria del Pi: dos de ellos (los tres eran hombres) se colocaron sonrientes con la iglesia a sus espaldas mientras el tercero encuadraba la imagen y yo pasaba disimuladamente por detrás en el momento del disparo. Regresé por la calle del Pi hacia la esquina histórica y ahí mismo vi a una pareja de turistas chinos, probablemente un matrimonio, con cámara fotográfica, que miraba con una atención exagerada el nombre de la calle; al darse cuenta de que yo los miraba con una atención también exagerada, me pidieron que me aproximara y, señalando el nombre de la calle, la probable esposa dijo "my town" (mi pueblo) y yo entendí que su pueblo se llamaba Pi, y no sólo me pareció fonéticamente viable, también sentí deseos de recitar las etnias chinas que me sé, pero no lo hice y le pregunté a la señora por el significado chino de Pi, a lo que ella respondió "my pleasure" (el placer es mío) y mandó a su marido que nos hiciera una foto debajo del nombre de la calle, un logro fácil y de poco mérito, aunque desde luego cumplía con mi objetivo de irme haciendo un hueco en los álbumes fotográficos de unas cuantas familias chinas. Caminando rumbo a la catedral vi que un turista chino le pedía a un nativo que le hiciera una foto y, sin perder tiempo, me eché a correr, pasé frente a la lente en el momento justo y logré robar la fotografía. Después, como acto celebratorio y mientras aparecían más turistas, recité las etnias chinas que me sé: Hui, Vigur, Yi, Miao, Man, Dong, Yao, Hani, Bai, Dai, Li, y al llegar frente a la catedral vi un nutrido grupo, quizá una decena, que iba a ser fotografiado por media decena, una suerte de tour de turistas chinos que se fotografiaban a sí mismos: se me presentaba la valiosa oportunidad de robar 10 fotografías de golpe y de entrar, también de golpe, en los álbumes fotográficos de 10 casas. Me puse junto al grupo, erguido y flagrante, y en cuanto dijeron al unísono "whisky" (ese vocablo que nos pone contentos aquí y en China) brinqué como un portero detrás del grupo y luego me escabullí entre la gente, festejando con discreción el notable hueco que acababa de hacerme en China.

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