Tribuna:

¿Está maduro el modelo turístico valenciano?

La sociedad española y valenciana se encuentran sumidas en una reflexión en torno al estado y momento que atraviesa el turismo, que no acaba de encontrar una respuesta definitiva, a pesar de que ese debate, al menos en el ámbito universitario, se inició hace ya 15 años. Aclaremos de entrada que todo producto registra una fase de introducción o lanzamiento, le sigue una de desarrollo, a continuación se encuentra la etapa de consolidación y, por último, surge el declive, es decir el decaimiento de la demanda, o la revitalización, que exige acciones que permitan mantener el atractivo del producto...

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La sociedad española y valenciana se encuentran sumidas en una reflexión en torno al estado y momento que atraviesa el turismo, que no acaba de encontrar una respuesta definitiva, a pesar de que ese debate, al menos en el ámbito universitario, se inició hace ya 15 años. Aclaremos de entrada que todo producto registra una fase de introducción o lanzamiento, le sigue una de desarrollo, a continuación se encuentra la etapa de consolidación y, por último, surge el declive, es decir el decaimiento de la demanda, o la revitalización, que exige acciones que permitan mantener el atractivo del producto de que se trate, al cual se le dota de nuevos elementos que reposicionan el valor y el reconocimiento deseado para sustentar la fortaleza y la cuota de mercado pretendida. Pues bien, ese simple análisis, al que no debía escapar el turismo, ya que constituye un servicio que se somete a las mismas constantes vitales que cualquier producto industrial, ha sido rehuido por empresarios y responsables turísticos, desde que se planteó la posibilidad de que se pudiera estar acercando una fase del ciclo de vida del turismo que reclamase su revitalización.

Evidentemente, si la sociedad valenciana lleva 30 años para decidir si son galgos o podencos el valenciano y el catalán, y cualquiera acaba arrogándose el derecho de decidir lo que en puridad compete a los filólogos, no es de extrañar que podamos estar una década y un lustro para acordar lo que requiere nuestro turismo. Hemos de elevar plegarias para que no sea a pie de calle donde se decida un buen día lo que es un tumor maligno o benigno. Visto lo visto no parece muy razonable que se levanten sombras de duda sobre el espacio que les corresponde a los curanderos, si cualquiera puede sentar cátedra en calidad de pseudo filólogo, experto turístico, etcétera.

Si se acepta, entonces, que vivimos en un entorno en el que el rigor no siempre gobierna las decisiones sobre parcelas competentes a la ciencia, y emergen personajes capaces a pontificar desde la más absoluta y grotesca ignorancia, podremos entender las reacciones a unas declaraciones de la ministra de medio ambiente, Cristina Narbona, referidas a la situación en la que se encuentra, en su opinión, el modelo de "sol y playa". La señora Narbona aprovechó la plataforma de lanzamiento de noticias que constituye la convocatoria veraniega de la Universidad Menéndez y Pelayo, en su sede central en el Palacio de la Magdalena de Santander, sin caer en la cuenta de su trasgresión, dado que osó valorar el grado de madurez del conspicuo "sol y playa", y cual reguero de pólvora fue respondida y espetada desde oráculos especializados, o mejor dicho dedicados a comercializar ese producto, como lo es el País Valenciano. Se puso en cuestión la capacidad de la ministra para intervenir sobre tan peliaguda cuestión, se desvirtuaron sus palabras y se trató de desautorizarla. Nada nuevo bajo el sol. Pero, aceptemos que Narbona no estaba suficientemente documentada, aunque no es el caso, pues a la ministra le precede su currículum y su archidemostrada capacidad, pero eso en el ámbito del turismo es siempre un tema menor. Ya que es conocido que para una buena parte de responsables del sector turístico, la capacitación de quien no diga lo que recomienda la mayoría interesada en que las cosas sigan igual de inmediato se pone en entredicho, e imputan tal proceder a obsesiones interesadas de teóricos, universitarios descarriados y similar fauna; circunstancia que se repite recurrentemente y se ha convertido en una constante desde que el turismo es turismo.

Sin embargo, no estaría de más desvelar cuál es la situación real del turismo valenciano y en qué medida la madurez de su producto estrella, el "sol y playa", reivindica arbitrajes correctores que le permitan mantener su atractivo. Piénsese que todos los artículos, tal como indican los manuales de marketing más básicos, antes o después, alcanzan la madurez, y ello no es un insulto, que los adultos a partir de cierto instante son maduros y no significa inservibles. ¿Acaso alguien confunde esto? El modelo turístico valenciano se compone asimismo de otros productos, pero por antonomasia el País Valenciano es turismo por lo que el "sol y playa" ha representado y representará, pues maduro no es que se acaba, es que precisa retoques, reformas, mejoras e incluso nuevas lecturas que lo mantengan vivo. Y vamos a seguir teniendo turistas interesados por nuestras playas. Pero nos conviene saber cuánto y a qué coste, pues a lo mejor es más rentable menos turistas y más ingresos, que también es factible. Lo que sí me atrevo a asegurar es que lo más maduro en el mundo turístico valenciano es la gestión del modelo y la mentalidad de sus propulsores, y no se puede seguir como hasta ahora.

La administración turística debe liderar un cambio en la gestión turística que el sector se ve incapaz de asumir con sus propios recursos. Los valores de la sostenibilidad, entendiendo por tales todo lo relacionado con el respeto medioambiental y con la regeneración de áreas dañadas debe convertirse en un objetivo primordial. A ello se une dejar de favorecer la irracional explotación inmobiliaria en la costa, que nada tiene que ver con turismo, al menos desde la perspectiva de sector productivo creador de riqueza y empleo. Incorporar con conocimiento de causa la diversificación del modelo turístico actual, dirigida hacia factores en los que tengamos ventajas comparativas y preferentemente competitivas, alejándonos de delirios de grandeza que nos sumen en la frustración y en el empobrecimiento, al constatar el fracaso de productos incompatibles con nuestro bagaje turístico, cultural y con los clientes hasta ahora fidelizados.

No cabe sino reconocer que tenemos un problema de gestión del modelo, no del modelo, pues nuestra oferta vinculada a la dotación de recursos naturales en la costa seguirá estando y aportando prestigio económico, pero pide ayuda y reorientación, lo que se traduce en proveerlo de complementos y matices hasta ahora nunca contemplados. No es una fantasía universitaria, aunque a veces se utilice a modo de insulto el análisis académico alrededor del turismo como propio de ilusionistas, pero conviene subrayar que la escasa I+D+i que se realiza en el turismo valenciano la efectúan las universidades, pues empresas y administraciones cuando no la ignoran la desprecian. Mientras tanto, se ha advertido este último año una caída en la demanda turística, así que las orejas al lobo se las empezamos a ver y el estudio de la actividad turística viene prediciendo la existencia de nubarrones desde hace más tiempo del que habría sido preciso para resolver parte del problema, y al ritmo al que se mueven los acontecimientos llegará el temporal y no tendremos ni un paraguas que nos proteja. Antes o después habrá que aceptar que se precisan medicinas para que la madurez diagnosticada, de la que se puede reponer el turismo valenciano con un tratamiento adecuado y, en su caso, con cirugía menor, no acabe transformándose en enfermedad terminal y acabe con las esperanzas y expectativas económicas de todo un pueblo, salvo que la suerte o una milagrosa cataplasma nos auxilie. En todo caso, dejar en manos de la Providencia el futuro del turismo valenciano no deja de ser harto arriesgado, ya que a ésta, a buen seguro, le caben más altos cometidos.

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Vicente M. Monfort. Universidad Jaume I de Castellón. vmonfort@emp.uji.es

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