El entierro del ex primer ministro libanés se convierte en un acto de rechazo a Siria

Decenas de miles de personas recorren Beirut en la mayor manifestación desde la guerra civil

El entierro del ex primer ministro libanés Rafik Hariri se convirtió ayer en su último acto político. Decenas de miles de personas marcharon por las calles de Beirut para despedir al que consideran el reconstructor del país tras la guerra civil (1975-1990). Pero a medida que avanzaba el cortejo, las soflamas contra Siria y el Gobierno de Líbano subían de tono. "Siria fuera", "Siria es culpable", clamaron miles de beirutíes. La familia del difunto optó por descartar un funeral de Estado. No acudió representación alguna del Gobierno ni de la presidencia.

Antes de las nueve (una hora menos...

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El entierro del ex primer ministro libanés Rafik Hariri se convirtió ayer en su último acto político. Decenas de miles de personas marcharon por las calles de Beirut para despedir al que consideran el reconstructor del país tras la guerra civil (1975-1990). Pero a medida que avanzaba el cortejo, las soflamas contra Siria y el Gobierno de Líbano subían de tono. "Siria fuera", "Siria es culpable", clamaron miles de beirutíes. La familia del difunto optó por descartar un funeral de Estado. No acudió representación alguna del Gobierno ni de la presidencia.

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Antes de las nueve (una hora menos en la España peninsular) se congregaban en la residencia de Hariri cientos de sus simpatizantes. Cuando pasadas las diez arrancó el cortejo encabezado por cuatro de los hijos; la esposa, Nazeh, y diputados afines, decenas de miles de personas de todas las edades y condición religiosa -suníes, chiíes y cristianos- se sumaron a la marcha de tres kilómetros, vigilada en cada esquina por militares, policías y por el sobrevuelo constante de helicópteros.

Los gritos contra el Ejecutivo libanés y contra el Gobierno de Damasco (que tiene a 14.000 soldados en Líbano, aunque llegaron a 35.000 cuando comenzó el despliegue en 1976, y que fiscaliza la actividad política del país) se comenzaron a escuchar de inmediato mediante los altavoces que portaban varios grupos organizados, especialmente los seguidores del líder druso, Walid Jumblat.

El dolor de tantos se transformó con frecuencia en ira. "Siria fuera"; "queremos saber la verdad"; "Siria es el origen del terrorismo"; "vergüenza para Asad y Lahud ", chillaba la multitud. Poco importa, de momento, el resultado de la investigación policial sobre el atentado con coche bomba que acabó el lunes con la vida de Hariri. Salvo prueba contraria, ya hay veredicto para buena parte de los libaneses: el régimen de Bachar el Assad y el presidente Emil Lahud y su Gobierno son los culpables.

"No tengo conciencia de que haya habido manifestaciones como ésta en Líbano. Aunque durante la guerra muchos líderes políticos fueron asesinados, todos estábamos envueltos en el conflicto. Hariri representaba la unidad, por eso el funeral es tan multitudinario", comentó el cristiano Ghassan Yusef, directivo del Banco Audi educado en Canadá y EE UU.

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Las mezquitas entonaban versículos del Corán al paso de la comitiva y las iglesias repicaban campanas. Las fotografías de Hariri asomaban en cualquier pared, coche, ventana o farola. En algunas ocasiones, junto al retrato del ex gobernante aparecía la de Kamal Jumblat, líder druso también asesinado en 1977 y padre de Walid, que hoy es el principal opositor al Ejecutivo prosirio. Mujeres y niños lanzaban arroz desde los abarrotados balcones y tejados.

Cuando el féretro de Hariri envuelto en la bandera nacional, al que acompañaban los de siete de sus guardaespaldas muertos en el atentado, arribó a la plaza de los Mártires, donde se alza la mezquita Mohamed el Amín, se desató la pasión y el caos. Decenas de jóvenes se encaramaron a las grúas a muchos metros de altura, y otros sufrieron desmayos. Uno de los hijos de Hariri tuvo que intervenir para que la multitud permitiera el paso del ataúd. Cerca de la una de la tarde, Hariri recibió sepultura a escasos metros de la mezquita.

Fue un funeral popular, y no de Estado, porque la familia no estaba dispuesta a observar en primera fila a quienes consideran autores del magnicidio. Tampoco hubo una representación de alto nivel de países árabes, sólo acudió el secretario general de la Liga Árabe, Amer Musa. Tan sólo el presidente francés, Jacques Chirac, que mantenía una muy buena relación con Hariri, se desplazó hasta Beirut para expresar sus condolencias a la familia. El secretario de Estado adjunto de Estados Unidos, William Burns, también estuvo.

Y junto a la consternación era palpable el temor al futuro. "Se abren ahora tantos escenarios. Esto va a ser caótico. Espero que el Gobierno dimita, porque no va a poder manejar esta situación, salvo que haya otro crimen", afirma Ghasan Yusef. ¿De quién? "De uno de los suyos", añade, "para hacer ver que se trata de un asunto interno y que Siria no tiene las manos metidas en el asesinato de Hariri". Aunque no todo son balones fuera. "Desde luego, Siria es responsable de la situación de Líbano. Israel, también. Pero los primeros culpables somos nosotros", concluye el financiero. Ahmed, que escucha la conversación, señala sin demasiada confianza: "Espero que esta muestra de unidad no dure sólo un mes". "Quizá sea yo el próximo ", apuntó Walid Jumblat, que solicitó protección internacional.

El féretro de Hariri, envuelto en una bandera libanesa, es transportado a través de una multitud, ayer en Beirut.EFE

Tradiciones rotas

Durante el sepelio del suní Rafik Hariri se olvidaron algunas de las tradiciones musulmanas. No escaseaban las mujeres, que no acuden a los entierros en países islámicos. Miles de ellas, sobre todo jóvenes, se mezclaban entre la muchedumbre que precedía y seguía a la ambulancia en la que era transportado su venerado ex gobernante. Infinidad de ellas vestían a lo occidental. Otras muchas se declaraban suníes. Pero también era fácil divisar mujeres ataviadas con la abaya, la habitual prenda musulmana negra que llevan de pies a cabeza.

Tampoco fue respetada la costumbre musulmana por la que el difunto debe ser enterrado en su ciudad natal. Natural de Sidón, ciudad del sur de Líbano, el ex gobernante optó por situar su tumba en el corazón de Beirut, junto a la enorme mezquita de Mohamed el Amín, cuya reconstrucción sigue inconclusa y que el finado financiaba personalmente. Todo un símbolo, dado que el Gobierno dirigido por este hombre reconstruyó el centro de la capital, devastado por la guerra civil (1975-1990).

Quería convertir la reconstrucción de Beirut en un ejemplo. Pero no tuvo tiempo siquiera de terminar la mezquita que ahora le sirve de mausoleo.

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