LA COLUMNA | NACIONAL

Confianza

LA CONFIANZA se ha convertido en una categoría política decisiva: es el fino hilo que vincula al ciudadano con el gobernante en tiempos de lealtades débiles. Confianza tiene que ver con firmeza y con seguridad, que forman parte del código genético del Estado. Si se acepta servir voluntariamente al que manda es porque promete seguridad para nosotros y para nuestras pertenencias. Con las ideologías se intentó sellar el vínculo entre gobernantes y gobernados más allá de los avatares de la confianza. Pero en las sociedades liberales avanzadas, poco dadas a las pasiones políticas (es decir, a las a...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

LA CONFIANZA se ha convertido en una categoría política decisiva: es el fino hilo que vincula al ciudadano con el gobernante en tiempos de lealtades débiles. Confianza tiene que ver con firmeza y con seguridad, que forman parte del código genético del Estado. Si se acepta servir voluntariamente al que manda es porque promete seguridad para nosotros y para nuestras pertenencias. Con las ideologías se intentó sellar el vínculo entre gobernantes y gobernados más allá de los avatares de la confianza. Pero en las sociedades liberales avanzadas, poco dadas a las pasiones políticas (es decir, a las apuestas incondicionales), la confrontación política es un juego de poner y quitar confianzas. El escepticismo natural con que observa el espectáculo una ciudadanía crecientemente distanciada de un complejo político-mediático que actúa con claves de casta cerrada, hace que la confianza se quiebre con suma facilidad. Al político le cuesta ganar la confianza, la puede perder en un minuto y es enormemente difícil recuperarla cuando se quiebra. La desconfianza tiene efectos retroactivos: cambia el juicio sobre las cosas del pasado. Y cambia la inclinación del terreno de juego: la cuesta se empina para el que ha perdido la credibilidad.

Tratándose de una percepción que tiene tanto de subjetiva, la lógica de la confianza es sumamente impredecible. Felipe González conservó la confianza más allá de lo razonable, a tenor de lo que estaba lloviendo, lo que le permitió ganar contra pronóstico en el 93 y perder por la mínima en el 96. A Aznar le resultó muy trabajoso conseguir la confianza, y, cuando la conquistó, él mismo la quemó en la hoguera de vanidades de la mayoría absoluta y de la preocupación por un lugar en la historia.

El tripartito catalán acaba de sufrir su primera gran prueba de confianza. Ensimismado en abstracciones patrióticas y en especulaciones estatutarias para consumo de iniciados, el Gobierno catalán ha recibido, inesperadamente, el aviso de la cruda realidad en forma de socavón en el barrio del Carmel. Esperemos que les ayude a entender que, como dice George Steiner, "los pararrayos tienen que estar conectados a la tierra". En este desgraciado accidente, en que más de mil personas han tenido que ser desalojadas de sus casas y algunas de ellas han perdido definitivamente sus viviendas, se ha podido percibir con toda nitidez el mecanismo de pérdida de confianza. Se perdió en una noche. Un grupo de vecinos fue autorizado a regresar a su casa, con el aval de tres informes técnicos, y a la mañana siguiente fueron desalojados de urgencia por otro socavón. La confianza en las autoridades se fue al traste. Y el episodio del barrio del Carmel empezó a escribirse de otra manera.

El conseller Nadal, rostro demasiado solitario en esta historia en que habría mucho que hablar sobre la solidaridad interna del Ejecutivo catalán, ha intentado recuperar la confianza con el reconocimiento de que "se podía haber evitado". Es una actitud insólita en una clase política que nunca se equivoca. Pero la escalera a subir es de incontables peldaños.

Zapatero llegó al poder porque la ciudadanía le transfirió la confianza perdida en el Partido Popular. Consciente de ello, blindó su confianza cumpliendo inmediatamente la más sensible de sus promesas: la retirada de las tropas de Irak. Después abrió una nueva etapa de cambios con la autoridad que le da la confianza adquirida. Es interesante ver, por ejemplo, que más del 60% de los ciudadanos (Instituto Opina) confían en la negociación de un nuevo Estatuto vasco que el presidente ha propuesto como alternativa al plan Ibarretxe. Es una señal de que se sigue confiando en Zapatero. Pero el presidente debe aprender la lección del Carmel: llegará la hora de concretar y cerrar los episodios abiertos. Y entonces ya no será el talante, sino los hechos, los que mantendrán o dinamitarán la confianza.

Naturalmente, si la lucha política es la lucha por la confianza del ciudadano, el papel de los medios -intermediarios- es decisivo. De ahí que cualquier crisis de confianza va acompañada de un intento de control de la información. Fue el gran error del PP después del 11-M. Y puede ser el gran error del tripartito catalán, después del socavón del Carmel. Los esfuerzos de transparencia de Nadal se estrellan ante la penosa política informativa de un Gobierno que, con la coartada de la seguridad, llegó a proponer que la prensa utilizara imágenes filmadas por policías. Realmente, a la clase política le cuesta mucho aprender.

Joaquim Nadal.

Archivado En