Columna

Por tierra, mar y aire

Van a llegar por tierra, mar y aire, como un tsunami humano. Esa oleada imparable de inmigrantes que nos promete Acebes, con la que nos asusta y nos angustia Acebes, va a colarse en las casas y a entrar en las cocinas a comérselo todo. Eso nos jura Acebes, y quizás sea cierto esta vez, y quizás sea justo. Los pobres, ya se sabe, no están nunca contentos con lo que tienen. Dicen que de los aproximadamente 800.000 inmigrantes ilegales que habitan en España, medio millón conseguirá poner sus papeles en regla gracias a la campaña de regularización emprendida por el Gobierno de José Luis Rod...

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Van a llegar por tierra, mar y aire, como un tsunami humano. Esa oleada imparable de inmigrantes que nos promete Acebes, con la que nos asusta y nos angustia Acebes, va a colarse en las casas y a entrar en las cocinas a comérselo todo. Eso nos jura Acebes, y quizás sea cierto esta vez, y quizás sea justo. Los pobres, ya se sabe, no están nunca contentos con lo que tienen. Dicen que de los aproximadamente 800.000 inmigrantes ilegales que habitan en España, medio millón conseguirá poner sus papeles en regla gracias a la campaña de regularización emprendida por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Estamos ante la mayor campaña de regularización de forasteros (extracomunitarios) de la historia reciente de España. Una campaña que, según ha dicho Acebes y deducen otros muchos ciudadanos que no son Acebes, podría acarrear un efecto llamada de imprevisibles consecuencias.

Por ahora, sin embargo, no hay colas kilométricas ni avalanchas humanas. Quedan aún tres meses y todo se andará por sus pasos contados, por sus impresos oficiales y sus certificados de empadronamiento correspondientes. Algo que, al parecer, no le gusta en España a mucha gente. Es curioso escuchar estos días de febrero comentarios privados y públicos que parecen apresuradas traducciones de los discursos de Jean-Marie Le Pen. Nunca fuimos racistas hasta que descubrimos que los ecuatorianos, o los senegaleses o los chinos ocupan la mitad de los bancos del parque de nuestro barrio y forman en las colas de los supermercados (delante de nosotros) con sus cestas repletas de plátanos delirantes y frutas raras.

Es curioso. Tantos seres humanos empeñados en ser españoles y tantos españoles temerosos e incluso indignados ante la sólo idea de que puedan serlo. Es curioso. Después de la presentación (y representación) del infausto Ibarretxe en el Congreso de los Diputados, ahora los paladines de la hispanidad se oponen a que unos cuantos miles de inmigrantes (no pocos de ellos hispanoamericanos) se conviertan en ciudadanos españoles. Lo decía esta misma semana un conspicuo comentarista episcopal: "No es justo que alguien pueda hacerse español tan fácilmente". Los españoles que no quieren serlo, lo que son las cosas, les cederían de buen grado sus documentos nacionales de identidad, con sus sonoros patronímicos, a estos hispanoaméricanos color greda cuyos apellidos, en muchas ocasiones, nos remiten al valle del Roncal o al de Atxondo.

Nadie está satisfecho con lo que tiene. Pero el mundo es atroz y cicatero. Ojalá que a estos nuevos o próximos españoles les vaya bonito entre nosotros. Es posible que el efecto llamada que preocupa a Acebes se produzca. Pero el efecto es viejo. Se produce tres veces al día y suele coincidir siempre a las mismas horas.

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