Entrevista:LYA LUFT | Escritora brasileña

"La sociedad no está preparada para los mayores ni para los niños"

Poniendo todo el cuidado en no parecer didáctica ni pretender enseñar nada, la escritora brasileña Lya Luft reflexiona en su último libro, Pérdidas y ganancias (Aguilar; Edicions 62, en catalán), sobre los temas que siempre han poblado sus obras: la vida, la muerte, la soledad, la cobardía. Pero en esta ocasión lo hace desde la madurez de sus 66 años. Opina que la vejez no puede perderse en el lamento y la queja; la vejez, a su juicio, debe ser una conquista al servicio de la vida.

Pregunta. Dice que su libro no es exactamente sobre la tercera edad...

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Poniendo todo el cuidado en no parecer didáctica ni pretender enseñar nada, la escritora brasileña Lya Luft reflexiona en su último libro, Pérdidas y ganancias (Aguilar; Edicions 62, en catalán), sobre los temas que siempre han poblado sus obras: la vida, la muerte, la soledad, la cobardía. Pero en esta ocasión lo hace desde la madurez de sus 66 años. Opina que la vejez no puede perderse en el lamento y la queja; la vejez, a su juicio, debe ser una conquista al servicio de la vida.

Pregunta. Dice que su libro no es exactamente sobre la tercera edad...

Respuesta. No lo es. Trata de la importancia de la vida, de la responsabilidad, de nuestra natural cobardía para cambiar. Pero sólo cambiando hay vida; somos un poco cobardes, y lamentándonos, quejándonos, se desperdicia la vida. Yo creo que la madurez es comprender que somos un poco señores de nuestra vida, de nuestro destino y que podemos tomar decisiones para hacernos más libres, más felices, más sinceros, más humanos.

P. Sin embargo, parece que la juventud, como valor en sí mismo, va ganando la batalla.

R. Sí. Pero no debemos fijarnos únicamente en el físico, ni sólo en el deseo loco de ser siempre jóvenes y bellos, o pensar que lo bello está sólo en la juventud. Estamos esclavizados con eso. A veces estamos enloquecidos con esos modelos imposibles que la sociedad nos impone. Sobre todo a las mujeres, pero poco a poco también a los hombres.

P. ¿Cómo se ven las cosas desde la edad madura?

R. Es más divertido. A los 30 años me ocurrían cosas por las que me hubiera arrancado el pelo, cosas que ahora se ven de otra manera; todo es más tranquilo, pero no muerto. Una de las cosas peores de la vejez es el mal humor; los viejos se quejan de que están solos, pero es que nadie aguanta a su lado. No veo por qué se ha de estar infeliz o de mal humor por tener 80 años si se tiene una salud normal; es necesario hacer actividades, cosas.

P. Pero también es la edad de la tranquilidad. ¿No cree que hay cierta obsesión por estar activo?

R. La tranquilidad no es inactividad. Para estar activo no hace falta correr como un joven; para sentirse vivo basta con amar la vida, a las personas, contemplar la naturaleza, escuchar buena música.

P. ¿El libro está dirigido a un colectivo que sobrepase cierta edad?

R. No, va dirigido a todos. Los jóvenes también tienen pérdidas y muchas angustias. Y tienen las mismas necesidades que los mayores, alguien que les escuche, les apoye, les quiera...

P. La sociedad no parece muy preparada para el envejecimiento de la población...

R. La sociedad no está preparada ni para los mayores ni para los niños. Pero la vejez es individual, personal, cada uno debe pensar en la suya. Hay mucha gente que dice: "En mi tiempo eso no pasaba, en mi tiempo eso no era así". Qué pobreza, el tiempo no nos pertenece, nosotros somos quienes nos exilamos del tiempo, nos ponemos al margen.

P. ¿Cómo cree que hay que enfrentarse a la vejez?

R. Yo creo que cuando uno madura es necesario tener un bagaje interno de cosas positivas, de sabiduría, para no portarse siempre como un niño pequeño; un poco de filosofía de vida. Hay que ver qué se espera de la vida y aprender a convivir un poco con la soledad. Hay que procurar tener gente a quien se quiere y que te quiere, es tejido que se va creando a lo largo de la vida. Porque, si no, nos sentimos víctimas; y la victimización produce hostilidad contra todos y contra todo.

Lya Luft, en Madrid.CRISTÓBAL MANUEL

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