Columna

La zorra

Las fábulas que leíamos de niños nos dejaban siempre un extraño sabor a moralina. Su lección, su moraleja, penetraba como dogma en la sensibilidad infantil. Nuestro coeficiente intelectual se hallaba entonces en tal estado de pureza y de asombro que nos impedía considerar cualquier juicio crítico al respecto. No obstante, la famosa historia de la cigarra y la hormiga nunca me convenció. Eso de que una fuera laboriosa y constante y la otra una ociosa sin remedio es una burda patraña. La cigarra era una artista dedicada por entero a la música, a los inesperados arrebatos de la inspiración, a las...

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Las fábulas que leíamos de niños nos dejaban siempre un extraño sabor a moralina. Su lección, su moraleja, penetraba como dogma en la sensibilidad infantil. Nuestro coeficiente intelectual se hallaba entonces en tal estado de pureza y de asombro que nos impedía considerar cualquier juicio crítico al respecto. No obstante, la famosa historia de la cigarra y la hormiga nunca me convenció. Eso de que una fuera laboriosa y constante y la otra una ociosa sin remedio es una burda patraña. La cigarra era una artista dedicada por entero a la música, a los inesperados arrebatos de la inspiración, a las sacudidas del arte. Amenizaba la vida de los otros a cambio de nada. La hormiga, sin embargo, encarnaba al funcionario de a pie, sometido a un horario y a un sueldo, a un ritmo lineal y a la garantía futura de una jubilación por los servicios prestados.

Otra fábula bien distinta es la de la zorra famélica que, con apuradas dificultades, logró penetrar en el corral por un angosto agujero. Después de zamparse a unas cuantas gallinas y aumentar considerablemente el perímetro de su estómago, sus intentos de huida fueron en vano. Quedó atrapada en el lugar del crimen. Algo parecido le acaba de suceder a Daryl Atkins, un recluso del estado norteamericano de Virginia que, debido a su menguado coeficiente intelectual, pudo librarse del corredor de la muerte. Sucedió hace tres años. El joven iba a ser ejecutado cuando alguien descubrió por una examen que su talla mental era de 59, es decir, 11 puntos por debajo del umbral legalmente establecido. El Tribunal Supremo de EE UU suspendió la sentencia por considerar a Atkins un pobre retrasado, pero hete aquí que, con el tiempo, la lectura, el aprendizaje de conceptos abstractos y el trato con abogados y psicólogos, al joven le ha crecido el perímetro de su coeficiente mental y se ha colocado en 76, una cifra que raya el suficiente y que le permite pasar, por méritos propios, de la inferioridad cerebral a la conquista del fundamento, es decir, de la vida a la muerte. La fiscalía ya se ha puesto en marcha. Pide la revisión de la condena y la inmediata ejecución. Como en las fábulas, ya saben. La cigarra y la zorra no han de quedar sin su castigo.

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