Columna

Contenido y continente

Nada, que no me entero. Van a tener que venir Epi y Blas -o el mismísimo Coco- para enseñarme dónde está la derecha, dónde la izquierda, dónde los extremos, y lo que es arriba y abajo, o cerca y lejos. No estaría de más que el conde Draco dejase de contar hasta diez y me explicase la Constitución Europea (tema respecto al cual Borrell opina, quién lo diría, que los discrepantes hacen mucho más ruido que los coincidentes -beba refresco energético Referéndum Plus: ¡Enjoy!-) y otros temas de interés general que están expresados, como bien apunta Labordeta, en un lenguaje de licenciados en derecho...

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Nada, que no me entero. Van a tener que venir Epi y Blas -o el mismísimo Coco- para enseñarme dónde está la derecha, dónde la izquierda, dónde los extremos, y lo que es arriba y abajo, o cerca y lejos. No estaría de más que el conde Draco dejase de contar hasta diez y me explicase la Constitución Europea (tema respecto al cual Borrell opina, quién lo diría, que los discrepantes hacen mucho más ruido que los coincidentes -beba refresco energético Referéndum Plus: ¡Enjoy!-) y otros temas de interés general que están expresados, como bien apunta Labordeta, en un lenguaje de licenciados en derecho que deja a los votantes en general anonadados, y a la élite política -los pocos que lo manejan, nunca mejor dicho- con las manos libres para marear a la perdiz (la perdiz somos el resto: la mayoría de votantes, ¡que ironía democrática!).

Así las cosas, ya que es poco probable que se vaya a hacer un Barrio Sésamo de temática política -por una supuesta falta de audiencia, dirán-, se podría renovar el lenguaje político o jurídico en general, para probar si el continente es capaz de definir, o mejor aún, renovar el contenido, vieja discusión filosófica y artística que todavía -siglos ha- nos tiene en ascuas. Así, al imperialismo -palabra casposa donde las haya, que suena a queso rancio bolchevique- se le llama ya neoimperialismo y postimperialismo (aunque la RAE no contempla los términos), pero también se le podría denominar transimperialismo, o directamente imperialismo abstracto (la última es la que me gusta más). ¡Así se entendería la gente, o, al menos, se interesaría por las nuevas acepciones del lenguaje político entrando por la gatera de la calle!

Por poner otro ejemplo más gráfico (sin necesidad de que tenga una relación obvia -aquí viene un gesto con los dedos, de esos que indican comillas- con lo dicho anteriormente) a los daños contra la propiedad ajena, en el caso de los cajeros de bancos (esos bancos cuyos cajeros le cobran una comisión mínima de 0,50 euros si no son el suyo propio, esos bancos que cobran comisiones por los envíos de ayuda humanitaria para el Sudeste de Asia) se les podría llamar, por ejemplo, "daños colaterales". Y así podríamos seguir con multitud de palabras, intentando resolver de una vez por todas si el contenido define el continente o viceversa, y procurando culturizarnos divirtiéndonos mediante una pizca de ironía, que a menudo, por no decir casi siempre, resulta infinitamente más clara que el discurso de muchos letrados reciclados que prueban fortuna -es un decir- en la política española.

Así que ya saben: arriba y abajo, izquierda y derecha, cerca y lejos.

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