Crítica:

Amores contrariados

¿De quién, de qué, cómo nos enamoramos? Preguntas de siempre para una propuesta ciertamente innovadora: los cuatro personajes casi omnipresentes de esta última película del veterano Mike Nichols se enamoran así, de un flechazo: cuando se conocen, uno tiene su vida afectiva resuelta, otra está saliendo de una relación compleja, otro no querrá creer que quien él piensa que lo está esperando en realidad está ahí, por azar, o por una aviesa broma que deviene casi en tragedia. Azares, pues, suprema instancia del enamoramiento y que aquí, con profusión pero sin forzar jamás las cosas, el dramaturgo ...

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¿De quién, de qué, cómo nos enamoramos? Preguntas de siempre para una propuesta ciertamente innovadora: los cuatro personajes casi omnipresentes de esta última película del veterano Mike Nichols se enamoran así, de un flechazo: cuando se conocen, uno tiene su vida afectiva resuelta, otra está saliendo de una relación compleja, otro no querrá creer que quien él piensa que lo está esperando en realidad está ahí, por azar, o por una aviesa broma que deviene casi en tragedia. Azares, pues, suprema instancia del enamoramiento y que aquí, con profusión pero sin forzar jamás las cosas, el dramaturgo Patrick Marber, autor de la pieza teatral en la que se basa la película (y también guionista), utiliza cuando necesita para hacer que los cuatro se conozcan.

CLOSER

Dirección: Mike Nichols. Intérpretes: Julia Roberts, Jude Law, Natalie Portman, Clive Owen. Género: drama, EE UU, 2004. Duración: 98 minutos.

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¿Qué tiene Closer que, a pesar de hablar de una de esas cosas que la literatura, el cine y el teatro han cultivado a lo largo y ancho de sus respectivas historias, la hace una propuesta tan atractiva? Varias. Una es argumental: el hacer que el flechazo, y sólo eso, sea el que comande toda la peripecia, y sin que en ninguna de las cuatro ocasiones en que ocurre se antoje inverosímil. Otra tiene que ver con la forma que Nichols elige para contar la historia. Cierto, tiene un excelente guión, lleno de diálogos inteligentes, pero sin duda alguna, suya es la opción de situar la cámara en una gran proximidad a los personajes, lo que le permite captar hasta el más leve matiz en la expresión de unos personajes que están todo el tiempo presos de sus más variados estados de ánimo.

Y otra más: el uso, de una suprema elegancia, de las elipsis, uno de los ejercicios de concreción narrativa más contundentes que este cronista ha visto en el cine comercial en mucho tiempo. Lo demás viene solo: la reflexión sobre la naturaleza ambigua del amor, la concreción del verdadero carácter de cada uno de los personajes, incluido, giro de tuerca muy teatral pero muy efectivo, un golpe de efecto final sobre el que el lector agradecerá sin duda que no le sean dados más datos.

El resultado final es una de esas raras películas que rezuman inteligencia por los cuatro costados, con unos actores, espléndidos todos, aunque un poco por encima la camaleónica, deslumbrante Natalie Portman, y un Clive Owen que se aprovecha magníficamente de que su personaje es uno de los más contundentes de la función para hacer con él un verdadero recital.

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