Columna

Algo personal

Cuando esta columna salga a la calle yo estaré en tierras gallegas, ultimando en la habitación de un hotel mi conferencia sobre la pintora Maruja Mallo. Sé que no es fácil dirigirse a un auditorio de expertos para hablarle de una paisana a la que, muy probablemente, muchos conozcan mejor que yo, pero son las reglas del juego y los riesgos que se corren cuando uno comete la osadía de escribir la biografía de una vanguardista tan seductora y tan genial. Me pregunto ahora, y va en serio, por qué razón me interesó un personaje como el de Mallo, irrelevante al parecer en la escena artística y en la...

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Cuando esta columna salga a la calle yo estaré en tierras gallegas, ultimando en la habitación de un hotel mi conferencia sobre la pintora Maruja Mallo. Sé que no es fácil dirigirse a un auditorio de expertos para hablarle de una paisana a la que, muy probablemente, muchos conozcan mejor que yo, pero son las reglas del juego y los riesgos que se corren cuando uno comete la osadía de escribir la biografía de una vanguardista tan seductora y tan genial. Me pregunto ahora, y va en serio, por qué razón me interesó un personaje como el de Mallo, irrelevante al parecer en la escena artística y en la historia del pasado siglo. Era, en efecto, un nombre secundario, una simple comparsa en la agitada vida de hombres tan señalados como Alberti, Neruda o Miguel Hernández. Sin embargo, ocurrió, me detuve en ella por mera curiosidad y caí en la órbita de su poderoso magnetismo. Lo demás fue una aventura llena de sorpresas. No tardé en darme cuenta de que la famosa trilogía formada por Lorca, Buñuel y Dalí era, en realidad, un cuarteto. Maruja estuvo desde el primer momento con ellos, participó en sus ritos, en sus escapadas nocturnas, en sus discusiones artísticas. Sin embargo, el hecho de ser mujer y comportarse como uno más sin prejuicios de género nunca sería aceptado por ese trasfondo machista que siempre acompañó a quienes se consideraban liberales y modernos, vanguardistas y transgresores. Ni Luis Buñuel, ni Dalí ni García Lorca tomaron jamás en serio a una artista que les superaba en actitud y en audacia. Maruja fue una de las pocas mujeres libres que ejercieron en los años veinte y treinta el derecho de ser libre. Actuar de ese modo en la época que le tocó vivir era poco menos que prestarse a un linchamiento público. Las mujeres tenían un cauce muy estrecho para discurrir por la vida y transgredir esos límites se pagaba francamente caro. No obstante, gracias a jóvenes como ella, que se la jugaron en su tiempo, las mujeres de hoy gozan de la consideración social, cultural y política en la que ella siempre creyó. Lo pienso recordar en Galicia delante de quien sea. Es un deber inaplazable y un asunto personal con la Historia, con la memoria, con el olvido incluso.

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