EXPLOSIÓN DE GAS EN GETAFE

40 familias, obligadas a vivir fuera de sus casas durante una larga temporada

"A ver si controlan ya el gas, que esta calle no para de tener disgustos", se queja una vecina

María de los Ángeles, que vive en el segundo piso del número 57 de la calle de Valencia, en cuyo bajo se produjo la explosión, no podía contener las lágrimas al ver cómo cuatro bomberos derribaban en la terraza de su casa el acristalamiento y las persianas. "Las cortinas ya no se ven y no tienen ni tres meses", se lamentaba. Se casó el pasado octubre y ése es el tiempo que ha vivido en la casa a la que no podrá volver durante una larga temporada, según fuentes del Ayuntamiento de Getafe. "Anoche [por el miércoles] salimos corriendo con lo puesto", relató. "No se puede describir lo que fue. Exp...

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María de los Ángeles, que vive en el segundo piso del número 57 de la calle de Valencia, en cuyo bajo se produjo la explosión, no podía contener las lágrimas al ver cómo cuatro bomberos derribaban en la terraza de su casa el acristalamiento y las persianas. "Las cortinas ya no se ven y no tienen ni tres meses", se lamentaba. Se casó el pasado octubre y ése es el tiempo que ha vivido en la casa a la que no podrá volver durante una larga temporada, según fuentes del Ayuntamiento de Getafe. "Anoche [por el miércoles] salimos corriendo con lo puesto", relató. "No se puede describir lo que fue. Explotó todo...". Como ella, los 42 vecinos de su bloque y los del colindante pasaron la segunda noche fuera de su hogar.

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También la familia de Florencio Hernández, con esposa y dos hijos, que vivían en el primero D, el inmediatamente superior al que sufrió el siniestro, perdió todo. Salieron con lo puesto y no se llevaron ni la documentación. "Ni los papeles del seguro", se quejaba su mujer ayer. "Nos vamos a quedar en la residencia de la Universidad Carlos III", explicaba él.

"Yo estaba dentro. Se me vinieron los tabiques encima. Y a mi hijo le pilló entrando por la puerta. Le duele la espalda y tiene el pelo chamuscado", decía Hernández señalando la cabeza de su hijo. "Estaban siete u ocho chicos en la puerta de la calle, ¿sabe? Entraron a la vez que el mío, pero a él le dio tiempo a llegar al primero. Le pilló justo cuando abría la casa", recordaba.

A su lado, Dionisia Antúnez comentaba que había sufrido una crisis de ansiedad. Y eso que ella vive en Madrid, y que quienes ocupan su piso, el segundo C, son tres chicas. "A ver si controlan ya el gas, que esta calle no para de tener disgustos", decía, en alusión a otro incidente ocurrido hace apenas unos meses.

Aunque los vecinos del 55 y del 57 son los que han quedado en peor situación, los de la calle de Valencia también llevaban su procesión por dentro. Fueron desalojados por la noche y los llevaron hasta el polideportivo de Getafe. A las tres de la madrugada de ayer muchos pudieron regresar a sus domicilios. Pero se encontraron sus casas llenas de cascotes y escombros.

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"La mujer estaba tendiendo la ropa. Cuando se agachó a la lavadora a por más fue cuando se produjo la explosión", explicó Antonio Alves, vecino del segundo B, justo enfrente del bloque siniestrado, mientras descolgaba las cortinas. La ventana del dormitorio que comparten él y su esposa cayó sobre la cama, pero afortunadamente nadie estaba dentro todavía. Tomaron los abrigos y salieron huyendo. Apenas pasaron una hora fuera, pero, al regresar, la familia al completo tuvo que dormir en el cuarto de sus dos hijas, que está más retirado. "Teníamos miedo de estar más cerca de donde se produjo la explosión", aseguró.

A su vecina de al lado, María, la explosión le dio un susto de muerte porque la ventana de su habitación se quedó suspendida encima de su cabeza, pues ya estaba acostada. "Salimos corriendo, llorando y gritando", explicó. "Ahora no sé cómo voy a poder limpiar todo esto", decía con la fregona en la mano.

Con caras resignadas, Rosario González, su marido y tres hijos, esperaban ayer al mediodía a la puerta del centro cívico Juan de la Cierva, que se había habilitado para que los vecinos pudieran pasar el día. Y se lamentaban de la situación en la que se había quedado su piso, aunque daban gracias porque a ellos no les hubiera pasado nada. "Mi hermano estaba cocinando y abrió la ventana y la puerta para que se ventilara", contaba uno de sus hijos. "Eso le salvó porque los cristales no explotaron. Pero la onda expansiva lo empujó". "Nos han dicho que van a poner tableros en las ventanas. Pero está todo destrozado. Además de los cristales, los bomberos han tirado todo. La terraza estaba cerrada... y ahora ya no queda nada", explicaba Rosario.

Como la realidad supera todas las situaciones, dos empleados de gas butano, con dos bombonas a cuestas, trataban ayer de saltarse los cordones policiales de la calle de Valencia para hacer su entrega. Y aseguraban: "Es que nos llamaron del número 55". Pero optaron por darse la vuelta.

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