Columna

Ruano y nada

"Me levanté tarde y sin intención de salir", dice el escritor César González-Ruano el 1 de enero de 1951. Y el 30 de noviembre de 1965, anota: "El terror es blanco. La soledad es blanca". Sabía de qué hablaba, porque murió 15 días más tarde, en su casa de la calle de Ríos Rosas, aunque no sin haberse hecho antes, metido en aquella enorme cama suya, rodeada de pan de oro, que él decía que era "casi un país", su última foto de dandi crápula y un poquito Alfonso XIII, con pijama de seda, chaqueta de conde cansado y una sortija algo ostentosa en el dedo anular de la mano izquierda. Esas anotacione...

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"Me levanté tarde y sin intención de salir", dice el escritor César González-Ruano el 1 de enero de 1951. Y el 30 de noviembre de 1965, anota: "El terror es blanco. La soledad es blanca". Sabía de qué hablaba, porque murió 15 días más tarde, en su casa de la calle de Ríos Rosas, aunque no sin haberse hecho antes, metido en aquella enorme cama suya, rodeada de pan de oro, que él decía que era "casi un país", su última foto de dandi crápula y un poquito Alfonso XIII, con pijama de seda, chaqueta de conde cansado y una sortija algo ostentosa en el dedo anular de la mano izquierda. Esas anotaciones pertenecen a su Diario íntimo (1951-1965), recién reeditado por Visor, pero González-Ruano escribió muchas más cosas: entre el libro de poemas De la locura del pecado y de la muerte, editado en Madrid cuando tenía 17 años, y sus dos últimas obras publicadas en vida, Mis queridas mujeres y Las palabras quedan, ambas de 1965, sacó otros 93 volúmenes de toda clase. Y también hizo, literalmente, miles de artículos. O sea, que el autor de Los oscuros dominios aprovechó bien su tiempo en este mundo, apenas 62 años de nada, sin dejarse ganar por nada que no fuese el pánico a no poder pagar sus deudas, que estaban al nivel de sus lujos, y siempre tirando de vocación: "Claro está", apunta en enero de 1964, "que si el esfuerzo y el equis talento que uno dedicó a la literatura lo hubiese dedicado a cualquier otra cosa, ya hace mucho que sería uno millonario. ¿Y qué? Sería hoy uno de esos pobres millonarios que darían todos sus millones por haber sido escritores. Mal negocio". Aunque César González-Ruano nació en Cuenca, su vida y, sobre todo, su labor literaria y periodística, se desarrollaron en Madrid, y si algo es este Diario íntimo además de un cristal que deja ver Ruano adentro, es un mapa de aquella capital que aún era la de los vencedores y los derrotados, la censura y la paz sangrienta de los criminales. En ese Madrid, por el que el autor deambula del café Comercial al Ateneo, de ahí al restaurante Casa Domingo, frente al Retiro, había un foco cultural que era el Café Gijón, donde él escribía a diario, y por el que podemos ver pasar desde los afectos Cela, Sánchez Mazas, Wenceslao Fernández Flórez, el trío poético Rosales-Panero-Vivanco, Eugenio D'Ors y otro millón de futuros demócratas que pueblan el grueso tomo de casi 1.200 páginas, a los poetas sociales José Hierro y Celaya e, incluso, a algunos exiliados, a veces el íntegro Jorge Guillén, de paso, y a veces gente como Ramón Pérez de Ayala, el embajador de la República en Londres que puso a bajar de un general Mola a sus camaradas en cuanto vio llegar la victoria de Franco, que de todas formas lo ignoró ostentosamente: "Roma no paga traidores" era, por lo visto, una de sus frases favoritas.

Visto desde hoy, lo que hizo González-Ruano en su Diario íntimo, en el que cuenta, por ejemplo, cómo anhelaba y ganó el Premio Francisco Franco de Periodismo en 1955, es en gran parte un inventario de la nada: la cultura de posguerra estaba llena de medianías, en muchos casos los escritores, científicos, filósofos y catedráticos que habían sustituido en sus puestos a los intelectuales republicanos, que ahora, a los 40 años de haber sido escritos sus diarios, se han quedado en casi nada. Eso es justicia poética.

Divertidos son también los compromisos a título póstumo en que pone Ruano a algunos, como un supuesto gran amigo en el exilio de Rafael Alberti, con el que dice tener esta conversación, en el Café Gijón, en 1964: "Hablamos de Alberti. Los dos conocemos por qué razones, en un principio nada políticas, pudieron llevar a Rafael al comunismo. Tenemos que hablar de cosas muy privadas. (...) Alberti, ¿qué era entonces? Un señorito en el buen sentido de la palabra. Un Narciso. Yo no le saludaba. Eso importa poco para que crea firmemente que Rafael es el último gran poeta de España". Ya ven, el colmo de la imparcialidad.

Merece la pena leer este Diario íntimo de César González-Ruano, escrito con su prosa elegante de fino escritor y mal novelista: es una visión panorámica de la cultura de los años cincuenta y sesenta en Madrid y la demostración de que la fama robada está hecha de materiales perecederos. Son cosas que no hay que olvidar.

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