Columna

El vuelo y el suelo

Ángel Garrido, un concejal del PP de la Villa de Vallecas, no ha querido quedarse atrás en la costumbre que viene arraigando por Navidad en nuestros políticos de tomar prestadas palabras de autoridad de otros -poetas o ensayistas diversos- para decirse entre ellos brevemente en una felicitación, lo que ya se habrán dicho en privado con mayor extensión y en algunos casos con menos gracia. En los precedentes más cercanos de esta costumbre, tanto el socialista Alfonso Guerra como el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, han recurrido a la poesía con frecuencia. Pero el edil vallecano ha opta...

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Ángel Garrido, un concejal del PP de la Villa de Vallecas, no ha querido quedarse atrás en la costumbre que viene arraigando por Navidad en nuestros políticos de tomar prestadas palabras de autoridad de otros -poetas o ensayistas diversos- para decirse entre ellos brevemente en una felicitación, lo que ya se habrán dicho en privado con mayor extensión y en algunos casos con menos gracia. En los precedentes más cercanos de esta costumbre, tanto el socialista Alfonso Guerra como el alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, han recurrido a la poesía con frecuencia. Pero el edil vallecano ha optado por la prosa, quizá porque dude de la eficacia de la ambigüedad del poema o de la capacidad para descifrar los códigos de la poesía de un público más amplio en el que quiera él que su mensaje tenga eco.

No es lo de menos ese público, al que no va dirigido el mensaje en cuestión, pero que es el espectador que se divierte con el ingenio del remitente en la puya que con ese texto le mete a zutanito o a menganita. Y no es lo de menos ese público, porque no hay político que, por virtuoso que sea, no esté poseído por la vanidad, y este ejercicio pretendidamente intelectual de escoger la frase de un ensayo, que quizá no necesariamente ha tenido que ser leído en su totalidad, le permite rivalizar con sus adversarios, incluidos los de su propio partido, en una exhibición pública de supuesto talento. Se gana además el aplauso del jefe o la jefa de la camarilla política a la que corresponda por lo atinado de la indirecta. Y en ese empeño, Garrido, más que acudir a Ortega o a Unamuno, para valerse de la sabiduría española, y más por española que por sabiduría en el caso del PP, no dejó de tener en cuenta el gusto de Gallardón por los poetas extranjeros y acudió a un ensayista norteamericano, Elbert Hubbard, no sé si más por norteamericano que por sabio. Lo cierto es que escogió de tal lumbrera esta perla: "Un fracasado no es un hombre que ha cometido un error, sino aquel que no es capaz de convertirlo en experiencia". La frase pudo haber sido extraída de un gran tratado sobre la condición humana o de uno de los más estúpidos libros de autoayuda, que tanto abundan en Estados Unidos, pero para semejante simpleza, que uno ha podido escuchar en casa a su abuela con otras palabras, en el sentido de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, le hubiera bastado al edil vallecano con acudir al refranero español, tan rico en sentencias de esta índole. Y quizá, tanto por su pertenencia a un partido de católicos como por su propia ubicación en él, podía haber encontrado más brillante expresión de lo mismo en los evangelios. Con una garantía: hubiera sonado menos a sermón. Pero nadie, en este caso, le habría discutido al señor Garrido el verdadero sentido navideño de su mensaje misericordioso que algunos, conocida la discutida devoción del concejal vallecano por su alcalde, han tenido por dirigido a Ruiz-Gallardón en el año de su derrota en las filas del partido al que pertenecen tanto el alcalde como el concejal. Pero el alcalde, que sí es lector, es un convencido de la fuerza del verso, del poder de la emoción de la palabra poética para decir más de lo que se dice y de la posibilidad de que cada lector con su inteligencia extraiga de ella distintas significaciones. Por eso, si bien el año pasado recurrió a Rilke, dicen algunos que con visión profética -"El que ha osado volar como los pájaros, una cosa más debe aprender: a caer"-, este año, sin abandonar su obsesión por el vuelo, ha optado por el abismo con el poeta inglés Christopher Logue: "Venid hasta el borde, les dijo. / Ellos fueron. / Les empujó... Y volaron".

La ventaja de la poesía sobre la prosa no está sólo en el enigma, ni en la capacidad de que su meditación sea una u otra según el lector, ni en la magia que la palabra contiene en el poema y su capacidad de adivinación y permanencia, sino en el modo en que la poesía profundiza en la realidad, desdeñosa con lo efímero aunque se valga de lo efímero, para que ni siquiera su mensaje, si lo tiene, quede reducido simplemente a eso que se llama mensaje. Está tan contaminado el espíritu navideño que, para mí, a estas alturas, es una pura nube comercial, pero el concejal sostiene que su texto resume muy bien ese espíritu. El alcalde, en cambio, no ha tratado de explicar si el vuelo de Logue es el vuelo de los ángeles. En el vuelo y en el riesgo hay ambición; en los libros de autoayuda, también. Tal vez sea la mediocridad la que distinga una ambición de la otra.

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