Apoteosis ideológica / 3

El integrismo ideológico USA que estoy examinando como complemento de mis columnas sobre el integrismo político en EE UU tiene dos apoyaturas vertebradas: el fundamentalismo de base evangélica y el liberalismo monetarista. Respecto de la primera, como señalara Tocqueville, en América del Norte, y contrariamente a lo que ha sucedido en Europa, religión y política se emparejan pero sin llegar a confundirse ni a anularse, y las religiones y sus iglesias funcionan como soporte del marco político institucional al que proporcionan un más allá, al mismo tiempo estabilizador y utópico. El paisaje rel...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El integrismo ideológico USA que estoy examinando como complemento de mis columnas sobre el integrismo político en EE UU tiene dos apoyaturas vertebradas: el fundamentalismo de base evangélica y el liberalismo monetarista. Respecto de la primera, como señalara Tocqueville, en América del Norte, y contrariamente a lo que ha sucedido en Europa, religión y política se emparejan pero sin llegar a confundirse ni a anularse, y las religiones y sus iglesias funcionan como soporte del marco político institucional al que proporcionan un más allá, al mismo tiempo estabilizador y utópico. El paisaje religioso norteamericano es tan diverso como poblado. Según las fuentes en que uno se base, las agrupaciones o conjuntos religiosos (denominaciones las llaman ellos) en sus múltiples variantes oscilan entre 225 y más de 1.000. El protestantismo, desde los metodistas y los presbiterianos hasta los baptistas y los episcopalianos, aunque ya no integre al 90% de la población, sigue siendo dominante, especialmente en su versión evangelista, que con sus 70 millones de fieles supera todavía a los 62 millones de católicos. En esta abigarrada maraña de creencias y prácticas destacan dos procesos: el que encarna la civil religión y el de la fundamentalización neomesiánica de la corriente evangélica. Religión civil que aparece por vez primera de la mano de Jean-Jacques Rousseau, y que ha sido reformulada por Robert Bellah (The Broken Convenant. American Civil Religion in a Time of Trial, Seabury, 1975) como el conjunto de experiencias y de valores que fundan una "comunidad moral", de condición nacional, y le asignan un mandato común cuyos contenidos pueden variar con el tiempo, pero no su misión y propósito centrales.

Sus tres grandes temas son: la apelación a los referentes religiosos mitificados de los padres fundadores (la cultura religiosa WASP) que coinciden con los de la nación americana; la función capital que concede a la fe y a la oración tanto privada como pública, otorgando un valor especial a la plegaria pública y ritual, como los desayunos nacionales para rezar -National Prayer Breakfast- instituidos en 1953 por Eisenhower, a los que asisten cada año millones de telespectadores, o el Día Nacional de la Plegaria -National Day of Prayer-, elevado por el Congreso en 1952 a la condición de celebración nacional. El tercer gran núcleo temático es la sacralización del individualismo que constituye al individuo en la piedra angular de la religión civil, haciéndole responsable exclusivo de sus éxitos y fracasos personales, pero también de la comunidad a la que pertenece. Se clausura así de manera absoluta la doctrina de la predestinación del puritanismo calvinista inicial y se instaura el primado de la autonomía moral del individuo, pasando con ello del self-made man al self-made saint. Sébastien Fath, a quien estoy siguiendo en todo este análisis -Dieu bénisse l'Amérique, Seuil, 2004, y Militants de la Bible aux Etats Unis, Autrement, 2004-, subraya la extrema importancia que tiene la conversión, acto eminentemente individual desde la perspectiva de la religión civil.

La identidad cristiana no se hereda, sino que se conquista con la conversión y, conjuntamente con el militantismo bíblico y con los renacimientos (revivals) -Bush es un renacido-, instalan a cada creyente en el corazón mismo de su salvación. Pero a su vez estas nuevas características de la religión genérica americana coinciden y completan los rasgos últimos de la corriente evangélica: centralidad de la Biblia, conversión renacedora, militantismo en y por Cristo y crucicentrismo -focalización teológica en la cruz-. Estos temas y atribuciones evangélicas son objeto de una doble recepción: por una parte encuentran una vía media cuyo portavoz más eminente es la supervedette televangelista Billy Graham; por otra, basculan hacia posiciones radicales y deciden crear grupos y subculturas de resistencia que comparten tres variables específicas: el no querer acercarse ni cooperar con ninguna otra denominación religiosa; el no admitir que la Biblia, en sus manuscritos originales, pueda contener error alguno; y el premilenarismo, es decir, la convicción de que Jesús volverá a rescatar a su Iglesia e instaurar el Milenio. Esta escatología religiosa, pero al mismo tiempo en parte terrenal, coincide modalmente con el neomesianismo secularizado de la tercera fase de la religión civil que convierte a los Estados Unidos en la materia mesiánica de su propio credo cívico-religioso. Hemos llegado por otras vías a la fusión de lo religioso y lo nacional propia de todos los integrismos. Los españoles vivimos el nacional-catolicismo, los estadounidenses están viviendo el nacional-evangelicalismo.

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Archivado En