OPINIÓN DEL LECTOR

Davis a la española

Aquel día oí una gran noticia. La final de la Copa Davis se iba a disputar en mi ciudad ¡Qué alegría! ¡Qué oportunidad! Ansiosa, me informo sobre cómo conseguir las entradas. La dependienta de El Corte Inglés, me asegura que ni ellos mismos saben exactamente cuándo saldrán a la venta y que sólo tienen una vaga idea por los medios de comunicación, los cuales, me bombardean diciendo que se facilitará la entrada al ciudadano de a pie, que se ha escogido Sevilla por el gran aforo (y por el público), que... bla, bla, bla.

22.000 entradas. "Seguro que consigo una", pienso. Pero tonta de mí se...

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Aquel día oí una gran noticia. La final de la Copa Davis se iba a disputar en mi ciudad ¡Qué alegría! ¡Qué oportunidad! Ansiosa, me informo sobre cómo conseguir las entradas. La dependienta de El Corte Inglés, me asegura que ni ellos mismos saben exactamente cuándo saldrán a la venta y que sólo tienen una vaga idea por los medios de comunicación, los cuales, me bombardean diciendo que se facilitará la entrada al ciudadano de a pie, que se ha escogido Sevilla por el gran aforo (y por el público), que... bla, bla, bla.

22.000 entradas. "Seguro que consigo una", pienso. Pero tonta de mí se me olvida descontar las entradas reservadas al sobrino de, al pez gordo que le debe un favor a, al niño pijo al que seguramente habrá que explicarle qué es un saque directo y que desconoce por completo la trayectoria de Nadal a menos que éste sea el nombre de una marca de zapatos.

Y así, sumando una invitación tras otra, llegamos a la cifra de 20.000 entradas reservadas, lo que nos deja a los simples mortales 2.000 entradas. Pero ¡qué detalle!, han pensado en nosotros, nos dejan las más económicas, lo cual nos viene de perlas después de pagar la majestuosa carpa que cubre el estadio, pero no nos quejamos, porque así podremos sentarnos en un sitio en el que no se verá el saque de Roddick, pero seremos los únicos en contemplar los detalles de la columna que la sostiene. Está claro que, de haberlo sabido, aquel día, no habría pensado "¡Qué alegría!, ¡qué oportunidad!", sino más bien "¡qué tomadura de pelo!".

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