Tribuna:

La ciudad prudente

Hace ya algún tiempo que oí a mi buen amigo Joan Romero hablar de la "gestión prudente del territorio". Me gustó la expresión. Tenía un inconfundible aroma a sensatez, templanza, sentido común, reflexión... Pronunciada con esa tranquilidad -no exenta de radicalidad- a la que me tiene acostumbrado Joan, la frase de marras era un buen varapalo al fast thinking, a la mediocridad y a la cortedad de miras. Un tirón de orejas cuyo efecto se incrementaba al contemplar el rostro de quien la pronunciaba. Una mirada penetrante, unas facciones angulosas, fáciles de derivar hacia las del ave rapaz ...

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Hace ya algún tiempo que oí a mi buen amigo Joan Romero hablar de la "gestión prudente del territorio". Me gustó la expresión. Tenía un inconfundible aroma a sensatez, templanza, sentido común, reflexión... Pronunciada con esa tranquilidad -no exenta de radicalidad- a la que me tiene acostumbrado Joan, la frase de marras era un buen varapalo al fast thinking, a la mediocridad y a la cortedad de miras. Un tirón de orejas cuyo efecto se incrementaba al contemplar el rostro de quien la pronunciaba. Una mirada penetrante, unas facciones angulosas, fáciles de derivar hacia las del ave rapaz en la mano de cualquier caricaturista aventajado. El tono sosegado y el filo presto.

Me quedé con la copla, como suele decirse. Meditabundo y cabizbajo como ando en los últimos tiempos, el estruendo de las trompetas mediáticas me despertó bruscamente de mi sopor mental. De repente, los dioses parecen haber nominado a mi ciudad para recibir las mieles de la rutilante arquitectura de autor. Mi ilustre paisano Calatrava se descuelga con unas atormentadas y retorcidas chimeneas posmodernas -las más altas de Europa, faltaría más- que amén de enjugar, supuestamente, parte de la deuda de CACSA con sus 160.000 metros cuadrados edificables, nos ubica de lleno en la posmodernidad. La detestada Torre de Comunicaciones de 1995 a la que tantos problemas le veía el PP queda así superada siguiendo los cánones de la síntesis hegeliana. Y lo de la afección al tráfico aéreo es una minucia. Que cambien de rumbo y que no incordien la fiesta.

Antes de poder reaccionar ante tan avanzada propuesta, leo que a un concurso de ideas restringido de cuya existencia no me había enterado, se ha presentado la plana mayor de la arquitectura con nombre y mayúsculas y nos van a enseñar cómo los depósitos de Campsa y zonas adyacentes pueden transmutarse en la nueva postal de la posmodernidad compitiendo en un frenético "y yo más" con don Santiago. La cosa se anima pero, como el truco es no dejar respirar, la alcaldesa presenta -supongo que sin prejuicio de lo que el concurso de ideas dé de sí- la propuesta del novedoso Nouvel, elogiada por tutti quanti, que nos obsequia con un conjunto de gráciles rascacielos desde los que mirar al mar sin complejos.

Finalizada, de momento, la mascletà, tengo que reconocer que vivo sin vivir en mí y estoy sumergido en un mar de dudas. Jo sóc peix de terra en dins, que vols que faça, (gracias Muñoz) y tanta Copa de América, tanto Puerto y tanto mar me sientan fatal. A lo peor, mi problema es que me he quedado obsoleto y no conozco los nuevos modos de "hacer ciudad". Y, encima, no me he percatado de que toda esta movida no es sino la culminación del ímprobo esfuerzo que están haciendo desde hace años mis gobernantes para convertir mi ciudad en una ciudad internacional.

Insisto, estoy hecho un mar de dudas y no quisiera contagiar mi empanada mental. Por eso me he refugiado en mis recuerdos y he intentado dejar la mente en blanco. Ha sido inútil. Mi neurona inteligente ha encontrado en la casilla número 215.437 de mi perezoso cerebro la referencia a la "gestión prudente del territorio". Y yo, estúpido de mi, no me he podido resistir a la tentación de preguntarme si toda esta vorágine era "prudente" más allá del habitual maquillaje simbólico y del ¡¡¡ooooooohhh!!! del papanatismo provinciano.

Llevamos un quinquenio largo en el que el lema parece ser el "grande, ande o no ande" y en el que da la impresión de que nuestros representantes se han creído a pie juntillas aquello de que la oferta genera su propia demanda. Nos han llenado de contenedores culturales y de "ciudades" temáticas y han duplicado la deuda. Han dejado al mercado libre de ataduras y éste nos ha obsequiado con un boom inmobiliario (tranquilos, no hablaré de "burbuja") de armas tomar que ha llenado la ciudad de viviendas caras y de demandantes de vivienda insatisfechos porque no llegan al Olympo ni dejando de comer. Nos han cambiado paisajes enteros de la ciudad a golpe de PAI y nos han bombardeado con la "Valencia que avanza", pero nadie nos ha explicado qué piensan hacer con la que no avanza y se degrada.

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Recuerdo como si fuera ayer mis tiempos de Jefe de Gabinete del entonces alcalde Ricard Pérez Casado y cómo me irritaba la oposición maniquea entre las "necesidades de los barrios" y el supuesto "faraonismo" de obras como el Jardín del Túria o el Palau de la Música. No caeré en el error que entonces criticaba. Pensaba -y sigo pensando- que una ciudad tiene que tener ambición y debe compaginar la atención a las necesidades perentorias con los proyectos de futuro. No estoy en contra per se de la arquitectura de autor y me parece bien que se plantee (lean La Valencia de los 90, libro editado en 1987 y silenciado desde 1991) la transformación de la fachada marítima. Y me parece magnífico que se aborde la operación del Parque Central aunque me asustan las últimas informaciones sobre la "edificabilidad" y la reducción del parque a un simbólico verde residual. Y... lo que ustedes quieran. Pero, remedando a la canción, nos queda la palabra para pedir sencillamente prudencia, equilibrio, sensatez, templanza.

Para hacer rentables (o moderamente deficitarios) los equipamientos culturales que tenemos nos habrían de visitar al año un buen número de millones de turistas y quizá no podamos competir -al mismo tiempo- en música con Berlín, en ópera con Viena, en teatro con Broadway o Edimburgo, en arte con el MOMA o Londres. Quizá. Y quizá sería conveniente estudiar la demanda de esos 160.000 metros cuadrados que -parece mentira- caben en los atormentados rascacielos cuya maqueta miran con supuesta admiración Camps y Rita en la obligada foto. Sólo pido prudencia. Y nada mejor que una revisión no escamoteada del Plan General de 1988 en la que hable también la otra Valencia y en la que se atemperen demandas y ofertas de bienes y servicios públicos. Desde la duda, suyo afectísimo.

Josep Sorribes es profesor de Economía Regional y Urbana de la Universidad de Valencia.

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