Columna

La residencia

Un amigo homosexual me escribe alarmado ante la reivindicación del colectivo gay de luchar por residencias especiales para homosexuales. Oh, Dios mío, me dice, me van a segregar, con la ilusión que me hacía que pasáramos juntos los últimos años. Lo que en principio es una broma provoca también una reflexión. Está claro que España no es un país de gente ultraconservadora, al menos eso delatan las encuestas que dicen que la mayoría se muestra a favor del matrimonio gay y el 70% piensa que la Iglesia católica debería mantenerse por la generosidad de sus fieles. A casi nadie parece importarle que ...

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Un amigo homosexual me escribe alarmado ante la reivindicación del colectivo gay de luchar por residencias especiales para homosexuales. Oh, Dios mío, me dice, me van a segregar, con la ilusión que me hacía que pasáramos juntos los últimos años. Lo que en principio es una broma provoca también una reflexión. Está claro que España no es un país de gente ultraconservadora, al menos eso delatan las encuestas que dicen que la mayoría se muestra a favor del matrimonio gay y el 70% piensa que la Iglesia católica debería mantenerse por la generosidad de sus fieles. A casi nadie parece importarle que una pareja gay se llame matrimonio, aunque hay algún descontento que protesta con el débil argumento de que la palabra "matrimonio" no puede referirse a la unión de dos personas del mismo sexo, como si Dios hubiera puesto un nombre a las cosas el día de la creación y así debiera ser por los siglos de los siglos. Pero el espíritu general de los españoles tiende a adaptarse; el de las madres, aún más: siempre preferirán casar a su hijo con un buen chico que imaginarlo rondando de flor en flor. Ahora bien, después de celebrar este logro justo y necesario, preocupa que la tendencia actual de los colectivos no sea normalizarse, sino segregarse en una cultura orgullosa de su diferencia. Está claro que aquel sueño de Martin Luther King de desear "una sociedad racialmente ciega" no cundió; sí en cambio lo hizo la ideología de Malcom X, que instó a los negros a cultivar su racismo hacia los blancos y a potenciar culturas no mezcladas entre sí. De alguna forma, Malcom X fue un adelantado de lo que es hoy la forma más común de acción reivindicativa: cada oveja con su pareja; cada colectivo, ocupado en sus intereses sin preocuparse de las necesidades de la sociedad en general. Hablar de residencias para homosexuales en un país como el nuestro en el que los ancianos han de apuntarse a una lista de espera interminable para conseguir plaza, en el que tantas familias humildes precisarían de la ayuda del Estado para sobrellevar la convivencia con un anciano enfermo, es un poco irreal, por no decir injusto. Cabría esperar que estos colectivos pensaran alguna vez en el bien común. Es una cosa muy antigua, pero en ocasiones más generosa, más justa.

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