Reportaje:LA INMIGRACIÓN POR DISTRITOS | Carabanchel

"Nadie alquila un piso a una mujer con una niña"

Una marroquí, divorciada y madre soltera, lucha por encontrar un hogar para ella y su hija de tres años

Divorciada, madre soltera y en paro, Saida Bousaid es una de los 2.405 marroquíes afincados en Carabanchel. Nacida en Tánger hace 35 años, llegó a Madrid para cuatro meses... y desde entonces ya han pasado tres lustros. "No puedo volver a mi país. Quiero que mi hija Noor tenga todo lo que yo no he tenido y los títulos que yo no tengo", explica. Además de los problemas de todos los inmigrantes para establecerse en un país extranjero, Saida tiene que hacerse cargo, completamente sola, de su hija de tres años y medio. Su principal problema: encontrar una vivienda.

Saida carece de recursos ...

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Divorciada, madre soltera y en paro, Saida Bousaid es una de los 2.405 marroquíes afincados en Carabanchel. Nacida en Tánger hace 35 años, llegó a Madrid para cuatro meses... y desde entonces ya han pasado tres lustros. "No puedo volver a mi país. Quiero que mi hija Noor tenga todo lo que yo no he tenido y los títulos que yo no tengo", explica. Además de los problemas de todos los inmigrantes para establecerse en un país extranjero, Saida tiene que hacerse cargo, completamente sola, de su hija de tres años y medio. Su principal problema: encontrar una vivienda.

Saida carece de recursos para afrontar el pago de un alquiler, y mucho menos de una vivienda en propiedad. Se mantiene con los 347 euros que recibe en concepto de renta mínima de integración, y con trabajos esporádicos limpiando casas. Su familia dejó de ayudarle cuando, antes de divorciarse, se quedó embarazada de otro hombre, que se desentendió de la criatura.

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Desde que hace tres años se estableció en el barrio de Abrantes, ha vivido siempre compartiendo piso. "Es la única solución cuando no tienes ingresos". Primero estuvo nueve meses en casa de una española, también divorciada. Pagaba 150 euros por una habitación en la que sólo podía dormir. Ni tan siquiera tenía las llaves de la vivienda. "Si la mujer se iba a las ocho de la mañana en invierno, yo con la niña, que era un bebé, me iba al metro para pasar menos frío". En esta casa, además, tenía que limpiar y compartir los gastos de luz y gas.

Tampoco tuvo suerte en la siguiente vivienda. "La vida allí fue muy dura", recuerda. El dueño, un español drogadicto y alcohólico, no era el ejemplo que ella quería para su hija. "Tenía miedo de que Noor saliera del cuarto. Allí aprendió a decir muchas palabrotas, porque es una niña muy lista". Por estar en esa casa, junto a otras tres personas que se dedicaban a la vida ociosa, pagaba 230 euros al mes.

"Nadie quiere a una mujer con una hija en su casa", asegura Saida, que ha visto cómo, una a una, se le han ido cerrando las puertas a la hora de encontrar un techo. Desde hace cuatro meses vive en un cuarto "amplio, con una cama y otra plegable" que le alquila una señora mayor de etnia gitana. "Aquí estoy más tranquila. Mi hija, que es muy muy lista, ya no ve cosas raras". Por el cuarto paga 170 euros y ayuda a la señora a bañarse y a limpiar.

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Tampoco es fácil para Saida encontrar un empleo. Ya no la aceptan de interna en una vivienda, un trabajo que ha venido desempeñando casi todo el tiempo desde que llegó a Madrid. Los horarios de los restaurantes, donde también ha sido ayudante de cocina, son incompatibles con sus responsabilidades como madre soltera. Y su formación tampoco le permite acceder a otro empleo más cualificado. "He trabajado seis horas al día por 15 euros", asegura, y reclama a continuación más apoyo de las administraciones y de la Iglesia para evitar situaciones como la que está padeciendo.

A pesar de los inconvenientes para encontrar casa y empleo, Saida pretende seguir viviendo en Carabanchel. "Lo conozco. Estoy a gusto, aunque cada vez es más inseguro", señala. "El otro día le robaron a una mujer el collar de un tirón a plena luz", cuenta como ejemplo. Sin embargo, considera que en Carabanchel sus necesidades están cubiertas: tiendas, algunos parques, "aunque no muchos", colegios...

Noor va a una guardería pública del barrio desde que tiene dos años. "Es difícil conseguir que entre [en una guardería pública], hay pocas plazas, pero al final la aceptaron". En el cole come de acuerdo a las normas del islam, algo que para Saida es un signo positivo: "Cada vez se respeta más a los que tenemos otras costumbres". Está muy satisfecha con la educación de la niña, que ya aspira a ser médico "para ayudar a la gente".

Mientras, Saida sigue trabajando por horas, y sin perder la sonrisa. "Si tengo que limpiar, limpio, y si tengo que aguantar humillaciones, lo hago", asegura la mujer, quien afirma que los inmigrantes ahora están mejor considerados que hace 10 años -"ahora sí puedes luchar por tus derechos"-. El futuro, "donde sea", les espera a Noor y Saida con el rostro de una vivienda digna.

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