Crítica:

El amargo polen de la vida

El mexicano Mario Bellatin ha encontrado la medida justa de sus inquietantes historias: la media distancia, o sea la novela corta, con la que satisface a sus lectores, que no me extrañaría que formáramos una secta, pues Bellatin, que no es un autor de culto, tiene seguidores de sus inquietantes, extrañas, hermosas, ambiguas, turbias y paraliterarias novelas cortas, más de una docena publicadas en su lugar de origen, México, aunque ni la mitad nos han llegado (¿aún?). Algunas editoriales españolas tienen casa en México y así vinieron de rebote algunos títulos, primero Salón de belleza (M...

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El mexicano Mario Bellatin ha encontrado la medida justa de sus inquietantes historias: la media distancia, o sea la novela corta, con la que satisface a sus lectores, que no me extrañaría que formáramos una secta, pues Bellatin, que no es un autor de culto, tiene seguidores de sus inquietantes, extrañas, hermosas, ambiguas, turbias y paraliterarias novelas cortas, más de una docena publicadas en su lugar de origen, México, aunque ni la mitad nos han llegado (¿aún?). Algunas editoriales españolas tienen casa en México y así vinieron de rebote algunos títulos, primero Salón de belleza (México, 1999, España, 2000), después dos libros hermosísimos, con esa delicadeza del cine y la literatura japoneses, El jardín de la señora Murakami (Tusquets, 2001) y Shiri Nagaoka. Una nariz de ficción (Sudamericana, 2001), mi preferido, una muy literaria historia de ficción a una nariz pegada. Alfaguara, sin meter mucho ruido, descargó hace unos meses en algunas librerías unos pocos ejemplares de Jacobo el mutante (Alfaguara México, 2002), una original paráfrasis literaria de una novela que dejó (o debió dejar) inconclusa Joseph Roth.

FLORES

Mario Bellatin

Anagrama. Barcelona, 2004

115 páginas. 12 euros

Y llegamos así a Flores, un

excelente tratado de botánica (humana), con la que obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia 2001 en su país. Más que un paseo por un jardín (como el de la señora Murakami), sujeto a las inclemencias del tiempo, es una inmersión en un tratado de botánica, que recoge en sus láminas el lado oscuro de las conductas y de la pasiones humanas, y es también un recorrido por un invernadero, donde se siente esa sensación de podredumbre, que ya estaba presente, por cierto, en Salón de belleza. Bellatin explica, en una nota previa, cómo ha encontrado, en el pasado literario oriental, inspiración para, a base de darnos las piezas sueltas -hay textos brevísimos, casi poemas en prosa por su exquisita belleza lírica-, formar un todo. Cada capítulo lleva el nombre de una flor, que tiene que ver, directamente o de refilón, con lo que en cada texto se cuenta. Como si fuera un libro de cuentos o, tal vez mejor, de poemas puede leerse por separado cada apartado, cada "flor", siguiendo un orden caprichoso, o puede leerse todo seguido; pero de una forma u otra, acabará apareciendo, gracias a la habilidad narrativa de su autor, un todo, que conformará esta novela (corta), que nos habla de los excesos y desvaríos de la ciencia de nuestro tiempo (quiero pensar que parte de un error farmacéutico que, a principios de los años sesenta, recorrió Europa dejando un reguero de malformaciones genéticas). A la vez, se entrecruza un escritor que estudia y analiza comportamientos sexuales alternativos. Pero Bellatin no se recrea en el horror ni se enreda en el lado turbio de la existencia humana. Es un admirable maestro de la síntesis y de la contención y su literatura resulta, así, extremadamente original, y aditiva.

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