Columna

Sin cuartel

La arenga del recién nombrado presidente de honor, en el cónclave del PP, cumplió su doble cometido: apretar las filas de una militancia desmadejada por las derrotas, y apretarle el pescuezo a un Mariano Rajoy vacilón. El PP, que según afirman los más inocentes invocaba un baño lustral de democracia, ha regresado de golpe, todo tieso y más amargado que antaño, a los rasposos campos de esa derecha ultramontana, abrupta y convicta, que reniega de la funesta manía de recordar. Y se han observado todos los ritos, sin excluir el del sacrificio humano, tan propio de la caverna tribal: Ruiz Gallardón...

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La arenga del recién nombrado presidente de honor, en el cónclave del PP, cumplió su doble cometido: apretar las filas de una militancia desmadejada por las derrotas, y apretarle el pescuezo a un Mariano Rajoy vacilón. El PP, que según afirman los más inocentes invocaba un baño lustral de democracia, ha regresado de golpe, todo tieso y más amargado que antaño, a los rasposos campos de esa derecha ultramontana, abrupta y convicta, que reniega de la funesta manía de recordar. Y se han observado todos los ritos, sin excluir el del sacrificio humano, tan propio de la caverna tribal: Ruiz Gallardón ha sido la víctima. Ruiz Gallardón, en una pirueta de rigor político e intelectual, hizo una breve tabla de autocrítica y dijo: En algo nos hemos equivocado. Pero qué osadía, en un partido donde la desmemoria es abono mular para la inflamación patria, y se menosprecia o se fulmina a quienes se sienten tentados por el debate y aun por el diálogo. Porque debate, diálogo y autocrítica son síntomas de debilidad. Cuántos miedos y viscosidades subyacen en el cónclave que se clausuró el domingo. Cuántos miedos y viscosidades y qué impotencia tan dramática se ha exhibido. Y que permanecen, ya indelebles, entre los escombros del territorio donde se levantó tanta mendacidad. Adiós, pues, a los proyectos de Rajoy de reconocerse en la realidad y en la soberanía ciudadana, que los puso fuera de juego. De un juego, que en la cancha del cónclave de exaltación y personalismo, ha cosechado un puro disparate. Y es que no dan para más. Si hace un par de semanas, Aznar, aupado ya a la hornacina honorífica de la presidencia ultraconservadora, revelaba, a sus estudiantes de Georgetown, que el espíritu de Al Qaeda invadió España con los moros de hace muchos siglos, su discípulo Ángel Acebes ha revelado a sus huestes que en el actual gobierno impera el espíritu del año 36. Con esta gente tan regresiva como temeraria no hay quien salga ni a la puerta de la calle. Y Aznar, aun sin cuartel, que sea más comedido en su dedicación profesoral. No se le exige que tenga mejor talante, pero si más talento.

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