Crítica:POESÍA

La duda que desordena

Hay una etapa en la vida de todo individuo -de todo poeta- en la que se conforma su visión del mundo, su percepción de la realidad, su sentimentalidad. Ese tiempo, el de la juventud idealista, el del espejismo de las certezas, suele desteñirse al paso de los años, cobrar la pátina de lo borroso hasta convertirse en espacio para la melancolía. Si el poeta se acerca a ese tiempo con la mirada de la inteligencia, de la lucidez, cobra la calidad del tiempo en claroscuro en que se cimentaron costumbres, límites y frustraciones. Antonio Jiménez Millán (Granada, 1954) ha construido en ...

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Hay una etapa en la vida de todo individuo -de todo poeta- en la que se conforma su visión del mundo, su percepción de la realidad, su sentimentalidad. Ese tiempo, el de la juventud idealista, el del espejismo de las certezas, suele desteñirse al paso de los años, cobrar la pátina de lo borroso hasta convertirse en espacio para la melancolía. Si el poeta se acerca a ese tiempo con la mirada de la inteligencia, de la lucidez, cobra la calidad del tiempo en claroscuro en que se cimentaron costumbres, límites y frustraciones. Antonio Jiménez Millán (Granada, 1954) ha construido en Inventario del desorden un texto poético que tiene mucho de meditación sobre ese proceso y sobre la erosión que éste produce en la mirada que el poeta, desde la madurez, proyecta sobre la realidad. La vida, sublimada, se hace poema, meditación sobre sí misma: el amor lejano, los sueños colectivos, los paisajes de la felicidad, los viajes, son algunos de los ingredientes que, filtrados por la luz de un presente desestructurado, Jiménez Millán convierte en palabra poética. "Sabes / que es el presente el tiempo de la duda": es el reverso del tiempo antiguo y joven, es el escenario en que el poeta toma conciencia de que todo lo que ha quedado atrás ha configurado una realidad desordenada, caótica, sólo inventariable mediante la creación de un mundo nuevo: el texto poético.

INVENTARIO DEL DESORDEN

Antonio Jiménez Millán

Visor. Madrid, 2004

71 páginas. 6 euros

René Menard, en su ensayo

Reflexiones sobre la poesía afirmaba: "La poesía no sobrepasa al hombre. Lo prueba". Los poemas de Jiménez Millán son una continua apelación al hombre que hay dentro del poeta, son pruebas a su fragilidad frente al tiempo y frente a la muerte y, a la vez, evidencias de que, siempre, la poesía es una síntesis dialéctica entre emoción e intelecto. En el poema El extraño, Jiménez Millán escribe: "No existe la inocencia en el lenguaje". Ni siquiera cuando el poeta evoca las primeras palabras de la hija ("valen más tus palabras iniciales / que todas las historias aprendidas") hay inocencia. Porque, entre otras razones, el lenguaje es -lo es especialmente en Inventario del desorden- acumulación de memoria, tiempo significante. Y en este libro, la meditación tiene como base la memoria, una memoria que se nos muestra como una caja china en cuyo interior habitan otras cajas -otras memorias- que, en gran medida, son también memoria propia. De unas y de otras se nutre parte del imaginario de este libro: en poemas como Dominio de la herrumbre, El día de la muerte de Allen Ginsberg o George Orwell, 2002 el sujeto poético procesa la memoria ajena, la acumulada en un tiempo no vivido, vivido por otros: el padre cómplice del fascismo en la inmediata posguerra, el clima vivido por la beat generation o el tiempo de las Brigadas Internacionales son argumentos de una memoria ajena que el sujeto poético hace suyos. Un verso controlado, suavemente conversacional, con un ritmo endecasilábico bien trabado -incluso en los poemas en prosa-, que huye del prosaísmo y de la hojarasca a la vez, contribuye a reforzar la vertiente meditativa de un libro sólido.

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