Columna

Dos muestras donostiarras

El desván del Koldo Mitxelena donostiarra muestra cuadernos de dibujos de Marta Cárdenas (San Sebastián, 1944). Cuatro décadas henchidas de fascinante pasión por el juego de las líneas y los colores. Son variadas las fases y contados los artistas donde llegó a espejearse. Éstos son algunos: Bissier, Staël, Manessier y Klee. Se palpa en todo momento el especial cuidado por demorarse con amor en las pequeñas cosas. Algunos temas de sus últimos trabajos nos ponen frente a estampados de telas. Con la visita a la ganbara exposicional los espectadores tienen la posibilidad de entrar en el mun...

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El desván del Koldo Mitxelena donostiarra muestra cuadernos de dibujos de Marta Cárdenas (San Sebastián, 1944). Cuatro décadas henchidas de fascinante pasión por el juego de las líneas y los colores. Son variadas las fases y contados los artistas donde llegó a espejearse. Éstos son algunos: Bissier, Staël, Manessier y Klee. Se palpa en todo momento el especial cuidado por demorarse con amor en las pequeñas cosas. Algunos temas de sus últimos trabajos nos ponen frente a estampados de telas. Con la visita a la ganbara exposicional los espectadores tienen la posibilidad de entrar en el mundo íntimo que Cárdenas ha querido revelar para ellos.

En la casa de cultura Okendo de San Sebastián, 86 artistas vascos han cedido obras para recabar fondos para la ikastola Lizarra, de Estella. Siendo loable cada una de las 86 cesiones, en cuanto a que favorecen con ello el crecimiento y expansión del euskera, no es menos loable la notable calidad que habita en algunas de esas obras expuestas hasta el 11 del próximo septiembre.

Anotamos un buen acrílico de Luis Candaudap, una pieza de Txus Meléndez, muy potente y enigmática, un vídeo digital de Txuspo Poyo (un duelo nocturno de dos sujetos con unas ramas de árbol como ridículas armas combativas), una porcelana a dos de Ángel Garraza. Dentro de la impresión digital, cabe mencionar obras firmadas por Pello Irazu, José Ramón Amondarain y Javier Villarreal; también merecen destacarse el collage de Morquillas, los óleos de Tamayo, Zuriarrain y José Luis Mayor, los acrílicos de Jesús Mari Lazkano, la acuarela sobre papel de Zumeta, la fotografía de Ignacio Sáez, el tríptico de Josué Pena (al que le sobran los pegotes tachistas trazados en los últimos momentos de la ejecución).

En lo que atañe a la aportación de Eduardo Chillida hay que reparar en la sutil función de los relieves. Es una serigrafía con relieve, donde la dualidad positivo-negativo se torna tan evidente como con el deseo de ocultarla. La contribución de Jorge Oteiza recae en una escultura, fechada en 2001, titulada Homenaje a Popova, la pintora rusa Lyubov Popova, a la que Oteiza admiraba. Escultura en hierro que tiene algo de circulación en redondo, como de oposición de dos diedros, como de construcción vacía y en alguno de los vuelos al modo del Homenaje a Tatlin, sin curva alguna a la vista. La escultura de bronce de José Ramón Anda (Elkar) se alza como una obra esplendorosa, por la acuciosa armonía de las proporciones y, sobre todo, porque con muy pocos elementos está ofreciendo un rico cúmulo de belleza espacial. Perdonemos el amontonamiento de la puesta en escena. Pueda más la hermosa y saludable complexión de las cesiones.

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