Crítica:

Catálogo de fantasmas

Dice Manuel Alcántara, en un prólogo pringado de amistad y admiración, que ya ha escoltado alguna salida anterior de estas memorias de César González-Ruano (la primera, en 1951, en Noguer; la segunda, en 1979, en Giner, hace tiempo saldada; la tercera, en dos volúmenes, en 1997, creo que ya agotados, en Mapfre, que es quien custodia las cenizas de su recuerdo), que éste acaso sea su mejor libro, él que publicó tantos, aunque sin creer demasiado en ellos, pues su destino fue ser escritor en periódicos -no de, ojo- y se desangró en miles de artículos, que anidaban en las pequeñas cosas, e...

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Dice Manuel Alcántara, en un prólogo pringado de amistad y admiración, que ya ha escoltado alguna salida anterior de estas memorias de César González-Ruano (la primera, en 1951, en Noguer; la segunda, en 1979, en Giner, hace tiempo saldada; la tercera, en dos volúmenes, en 1997, creo que ya agotados, en Mapfre, que es quien custodia las cenizas de su recuerdo), que éste acaso sea su mejor libro, él que publicó tantos, aunque sin creer demasiado en ellos, pues su destino fue ser escritor en periódicos -no de, ojo- y se desangró en miles de artículos, que anidaban en las pequeñas cosas, en lo que sucede cada día sin aspavientos.

Las escribió en seis meses, recluido, primero, en Torrelodones, en una de sus muchas casas que habitó en vida (en cada una de ellas olvidó jirones de su existencia, en un rincón oscuro un hatillo de vivencias o un montón de desengaños: Mis casas fue uno de sus libros-cajón de sastre). Las principió cuando tenía 47 años, un primero de julio de 1950 y las finalizó ese 31 de diciembre en Madrid. Ruano es, a estas alturas, un señor un tanto antipático y algo fascinante, que escribió para vivir, y mucho de forma genial. Estas memorias son deliberadamente caóticas, un tanto barojianas, adjetivo que le cuadra bien a ese señorito calavera, que solía habitar sus casas, con muebles y vajillas que mandaba hacer a medida, los muebles, con sus armas y lema, sus vajillas, dentro de la inestabilidad económica en la que se movió: qué dignidad la suya no haber obtenido ninguna canonjía, él que sufrió la guerra (in)civil, el corazón en un puño, disfrutando de los placeres mundanos de la Italia del gran Mussolini, nada que ver con el canijo de Hitler, que bien mal se la hizo pasar en París la siniestra Gestapo que le cogió con la mano en la masa, masa expropiada de procedencia judía: de esas cosas, como de las muchas mujeres de su vida, César calla o mira hacia otro lado. Fue un señor, sí señor. Hay que entender cuando habla de personajes y de su tiempo, tan manifiestamente fascistas, pues César vivió ese ambiente, que era el suyo, pero el suyo también era un perfil del aire descreído, escéptico, cínico, moderadamente amoral, y así estas memorias, escritas a matacaballo, en seis meses, son como son. Molestará que cuando hable de José Antonio, es un suponer, utilice el pincel amable, pero nunca humedecido con el agua turbia de la lisonja, y cuando se ocupe de Azaña, eche mano del bisturí, y haga sangre. Compárese a Curzio Malaparte con Moravia, y así.

MEMORIAS. MI MEDIO SIGLO SE CONFIESA A MEDIAS

César González-Ruano

Renacimiento. Sevilla, 2004

621 páginas. 30 euros

Tiene la genialidad del malvado, el talento del despiadado. Creía que su vida no fue más que el éxito de un fracaso continuo (el "divino fracaso", de Cansinos Assens, esa sombra, ni carne ni pescado, que atraviesa con prisa los comienzos de estas memorias). Hay una especie de decepción que ara como una cicatriz prusiana su rostro enjuto, ese bigotillo Arriba España, y que impregna estas memorias, colmadas de aciertos, desdenes, melancolías, que son testimonio y catálogo de fantasmas, pero en las que aparece el mejor Ruano en esas páginas dedicadas a Alemania o Italia, a ese Positano y toda la costa napolitana donde creyó que estaba tocando, con sus uñas cuidadas por la manicura, el paraíso, aunque nunca existió.

El autor madrileño César González-Ruano (1903-1965).

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