OPINIÓN DEL LECTOR

El vaporcito

Tiene esta tierra un barquito que ha cumplido tres cuartos de siglo y que, pese a los achaques de la edad, sigue hecho un chaval. Fue en 1929 cuando el Vapor del Puerto empezó a presumir por la bahía, pinturero y coqueto, con ese rumbo garboso y ese porte de galán marinero que seduce al sol, a la brisa azul, al levante y a la espuma que, hoy como ayer, sigue enamorada de su gracia exquisita. Tiene esta tierra un barquito desde el que se contempla Cádiz como un Edén salado y claro, como una utopía sosegada y amable que inunda de verdad las orillas del alma.

Yo era un niño con muchas gana...

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Tiene esta tierra un barquito que ha cumplido tres cuartos de siglo y que, pese a los achaques de la edad, sigue hecho un chaval. Fue en 1929 cuando el Vapor del Puerto empezó a presumir por la bahía, pinturero y coqueto, con ese rumbo garboso y ese porte de galán marinero que seduce al sol, a la brisa azul, al levante y a la espuma que, hoy como ayer, sigue enamorada de su gracia exquisita. Tiene esta tierra un barquito desde el que se contempla Cádiz como un Edén salado y claro, como una utopía sosegada y amable que inunda de verdad las orillas del alma.

Yo era un niño con muchas ganas de hacerme mayor la primera vez que cogí el vapor pa Caí, creo que con destino al ambulatorio de Vargas Ponce, acompañando a mi madre a no sé que especialista, cuando ir a un médico que no fuera el de cabecera era viajar a la capital trimilenaria, bella aventura que suponía desayunar en La Camelia, perderse en los puestos de la Plaza de Las Flores, comprar alguna cinta de lo último de Antonio Martín.

Porque yo me montaba en el vapor y siempre me acordaba de la serie Vacaciones en el mar, y me imaginaba a una sobrecargo bella y amable deseándome un feliz viaje, y durante el trayecto subía y bajaba de una planta a otra imaginando cruceros imposibles, naufragios con finales felices en los que el vaporcito salía victorioso de los peligros del mar, la mar, sólo lo mar.

Me faltaban ojos para tanto derroche de luz, para retener ese carnaval azul con voces de gaviotas. Y a mi lado estaban Paco Alba, escribiendo de nuevo pasodobles como himnos, y Rodrigo Mateos radiándonos las noches mágicas del Carranza, y el Beni leyendo el Diario, y Felipe Campuzano haciendo de las olas pentagramas, y Rafael Alberti jugando en la arboleda perdida de un verso que se le resistía.

Con ese rumbo garboso con que cruza la bahía, sobrevive el vapor, 75 años después, templo laico que da las horas a golpe de bocina, bandera blanca que pasea la paz y la sal por los mapas sentimentales de nuestra infancia, barco con honra que navega por el río del olvido sin que se resienta su memoria.

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