Crítica:

Como en un claustro

En las dos novelas que ha publicado hasta la fecha, el escritor Chang-rae Lee ha conseguido fijar con igual brillantez una voz personal y un territorio literario idóneo para que dicha voz se sienta a gusto. Lee nació en Corea del Sur, pero a los tres años emigró con su familia a Estados Unidos, y esa experiencia le ha llevado a escribir -en inglés- sobre la vida de los emigrantes asiáticos que día a día se abren paso en la sociedad norteamericana. En lengua materna (1995; Anagrama, 2001) narraba la crisis de un joven emigrante coreano que, tras separarse de su mujer, busca respuestas so...

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Lee sin límites

En las dos novelas que ha publicado hasta la fecha, el escritor Chang-rae Lee ha conseguido fijar con igual brillantez una voz personal y un territorio literario idóneo para que dicha voz se sienta a gusto. Lee nació en Corea del Sur, pero a los tres años emigró con su familia a Estados Unidos, y esa experiencia le ha llevado a escribir -en inglés- sobre la vida de los emigrantes asiáticos que día a día se abren paso en la sociedad norteamericana. En lengua materna (1995; Anagrama, 2001) narraba la crisis de un joven emigrante coreano que, tras separarse de su mujer, busca respuestas sobre su identidad en su trabajo como espía. Una vida de gestos (1999) es más profunda y delicada en sus intenciones.

UNA VIDA DE GESTOS

Chang-rae Lee

Traducción de Jesús Zulaika

Anagrama. Barcelona, 2004

359 páginas. 18,27 euros

UNA VIDA DE GESTOS

Chang-rae Lee

Traducción al catalán de Albert Torrescasana

Edicions 62. Barcelona, 2004

304 páginas. 19 euros

Frank Hata, un coreano inmigrante que lleva más de treinta años viviendo en una zona residencial al norte de Nueva York, ya jubilado, analiza los términos en que está llegando a la vejez. "Aquí la gente me conoce", cuenta al inicio del libro, pero poco a poco esa paz interior que le proporcionan su casa con jardín y piscina, sus escasos amigos, se va revelando a su pesar como un simple simulacro de existencia, "una suerte de claustro donde nos recluimos quienes somos recatados y sencillos". La seguridad de una rutina occidental y plena en la que disolverse -la aceptación de esos términos- es criticada por su hija también adoptiva, una joven asiática que le echa en cara una vida "a base de gestos y cortesías" y que le abandona cuando es adolescente. Además, para explicarse esa renuncia vital -y la incapacidad de amar y, sobre todo, ser amado- que le ha atenazado siempre, el narrador ahonda en el recuerdo terrible de sus años en el ejército japonés, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se encargaba de cuidar de las mujeres coreanas forzadas a ofrecer sus favores sexuales a los soldados. Contemplamos entonces la parte oculta del iceberg, la más fría, y temblamos.

Chang-rae Lee muestra una

sensibilidad extrema para narrar esa existencia macerada y sin sentimientos. Su prosa es lenta y envolvente, como si buscara un equilibro entre el estilo alambicado de Henry James y la sencillez aparente de la sabiduría oriental. Las razones psicológicas que mueven a los personajes salen a la luz con una serenidad dolorosa, y una extraña placidez, esa especie de levedad ilusoria de quien cree estar ya en paz consigo mismo, recorre en todo momento las páginas de Una vida de gestos. En primera instancia el lector la atribuye al tono reposado y juicioso con que el protagonista cuenta los hechos de su vida, pero a medida que avanza la historia y ese narrador va despojándose de su pasado sin ningún rubor (pero tampoco afectación alguna), el lector empieza a sentir una inquietud inconcreta y va comprendiendo que esa calma nace tan sólo de la resignación. La única redención, en fin, puede ser un nieto llegado de la nada, alguien que de alguna forma le ayude a "pasar por este mundo con algo más que una vida de gestos". Un libro precioso.

El novelista y profesor de Princeton Chang-rae Lee.AP

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