Columna

Malos

Visto a cierta distancia, asombra la claridad de ideas que han alcanzado algunos políticos españoles. Especialmente si con ellas contentan a la mayoría electoral. En medio mundo se discute el problema de la violencia doméstica donde se incluye a padres, hijos, abuelos y personal de servicio, pero en España una llamada Ley Integral focaliza la cuestión en la maldad del hombre. De esta manera, quienes se manifiestan de acuerdo con la ley son progresistas y quienes votan en contra, o piden más discusión, son reaccionarios. Cada año mueren más de medio centenar de mujeres a manos de hombres y una ...

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Visto a cierta distancia, asombra la claridad de ideas que han alcanzado algunos políticos españoles. Especialmente si con ellas contentan a la mayoría electoral. En medio mundo se discute el problema de la violencia doméstica donde se incluye a padres, hijos, abuelos y personal de servicio, pero en España una llamada Ley Integral focaliza la cuestión en la maldad del hombre. De esta manera, quienes se manifiestan de acuerdo con la ley son progresistas y quienes votan en contra, o piden más discusión, son reaccionarios. Cada año mueren más de medio centenar de mujeres a manos de hombres y una media docena de hombres a manos de mujeres. No se dice, sin embargo, que en buena parte de los casos los asesinatos van seguidos de suicidios masculinos y las bajas corren a igualarse. El problema, en fin, parece más complejo que la ecuación víctima/verdugo. Acaso la investigación y el debate concluyan que el hombre es asesino por naturaleza y la mujer mártir por naturaleza, pero ¿por qué no indagar y debatir antes de legislar a toda velocidad? La demagogia sí se ha demostrado mala de nacimiento. La organización feminista National Violence Against Women informa que son alrededor del millón y medio las canadienses maltratadas al año y hasta 835.000 los canadienses linchados, sin contar las sevicias ocultas, los ahorcamientos y los cortes de venas. Pero, de otro lado, están las cifras de Francia, de Alemania o de Noruega, donde se maltrata proporcionalmente más que en los países latinos. ¿Machismo, pues, a toda costa? ¿Agresividad procedente de la frustración social? ¿Permanentes atavismos del hombre o desconocimiento sobre la interacción interior? En España se calcula que un 90% de las agresiones sufridas por los hombres no se denuncian jamás mientras la denuncia de las mujeres, jaleadas por los media, se han multiplicado en pocos años. El fondo del asunto, pues, dista de presentarse claro y transparente. ¿Lo tienen tan claro los gobernantes como para redactar esta ley, integralmente discriminatoria, o lo claro, en verdad, será el aplauso femenino, más sonoro y votador que el masculino, mientras se deja al resto en la misma oscuridad?

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